ALEX GARCÍA
Abrí los ojos con dificultad, estaba agotada y adolorida. Santiago, pese a la herida de su hombro, no me dio tregua en toda la noche y no me quejaba. Nunca pensé que se podía morir de placer y yo sentí que me pasaría en más de una ocasión.
A tientas busqué el cuerpo de Santiago, pero no lo encontré. Lo último que recordaba, cuando el cansancio ya era demasiado para luchar contra él, eran sus lindos ojos viéndome entre la penumbra, con ternura, mientras sus dedos acariciaban lentamente mi rostro, haciendo que conciliar el sueño fuera casi de inmediato.
Me senté en la cama con el cabello revuelto y la sábana cubriendo mi cuerpo. No iba a mentir, sentía miedo de que Santiago me hubiera abandonado. Era una mujer rota y confiar en alguien era difícil y doloroso. ¿Había cometido un error al ceder? ¿Se había cumplido mi peor miedo? ¿Santiago me había abandonado después de obtener lo que quería?
No, él no era así.
Entonces escuché ruido más allá de la habitación, era él, algo