SANTIAGO CASTAÑEDA
Este momento no era mi declaración de guerra. Solo pedía respeto. Solo quería algo de paz para mi madre y para los que la queríamos con sinceridad. No iba a alzar la voz y dejar en claro mis intenciones, porque una guerra se gana con la boca cerrada y acciones. Nunca le avises a tu enemigo de tu próximo movimiento. Nunca amenaces. No avises de tu siguiente movimiento si no quieres perder.
Y mi padre no podía enterarse que, después de hoy, el imperio que me quería heredar se irá a la mierda, lo haré desaparecer con mis propias manos. ¿Carmen lo quiere para su hijo? Bien, que se lo quede, pero solo recibirá cenizas, de eso me voy a encargar.
Avancé hacia la puerta y justo ahí me encontré con esa arpía, quien vio a mi madre en mis brazos con sorpresa y dolor. Después de ver su jeta llena de resentimiento y ambición, por fin había algo más, una tristeza que parecía haber arrastrado durante años.
—Alondra… —susurró el nombre de su hermana y sus ojos se llenaron de lág