JULIA RODRÍGUEZ
Mi suegra me había dicho que le diera una segunda oportunidad, y su historia con el padre de Santiago, ese soldado de corazón de oro, había sido muy alentadora, hasta que recordé que Matt no era ese hombre, Matt no fue alguien que me amara y perdiera. Eso cambiaba mucho las cosas, y entre más hablaba con él, más me llenaba de rabia, por haber sido tan tonta en el pasado.
—No te daré esos diez minutos, no te daré ni uno más —sentencie guiada por mi odio—. No quiero volver a saber nada de ti. No quiero que te acerques a mi familia. Mis hijos, no son tus hijos. Así compartan tu sangre, son hijos de Santiago. Es el único que se ha ganado el derecho de ser llamado padre.
»¿Quién sostuvo mi mano cuando estaba de parto? ¿Quién me compraba mis botes de helado cuando estaba de antojos? ¿Quién sostuvo mi cabello cuando vomitaba en el baño? ¿Quién se encargó de hacerme sentir protegida y cuidada? Tú no. Él sí. Así de sencillo.
—¿Lo amas? —preguntó Matthew y entonces vi como su