Amarte no bastó.
Alan abrió los ojos apenas el sol salió y de inmediato el dolor punzante en sus heridas le hizo soltar un quejido que cayó al ver a la pelirroja sentada frente a él, en un sillón rojo desgastado.
Observó cómo la bata de Stella rodaba en el suelo con elegancia, combinándose armoniosamente con el sillón y la propia figura esbelta de la pelirroja. Si las circunstancias fueran distintas, habría creado un hermoso cuadro. Pero en ese momento, solo pensó en Anya, debía ir a rescatarla cuanto antes, o al menos idear un plan para comunicarle que seguía con vida.
Intentó moverse cuidadosamente, ignorando el dolor, para no despertar a la pelirroja, luego encontraría la manera de pagarle su hospitalidad, pero por ahora, su prioridad número uno era Anya.
El crujido del colchón fue leve, pero bastó para despertar a la chica.
Stella abrió los ojos al instante y bostezó, como si su cuerpo no estuviera acostumbrado a despertar a media noche.
La tormenta seguía afuera y las pequeñas gotas de agua golpe