El día que debí dejarlo morir.

—Sí eras tú. —Repitió Edward, esta vez con una sonrisa de satisfacción. Porque su esposa también era su salvadora, lo que implicaba que podría tener ambas. Ser un buen esposo y a la vez, hacer feliz a su salvadora.

Hacer completamente feliz a su salvadora, regresarle el favor, ese fue su sueño durante años, pero con Stella nada nunca fue suficiente, con Anya sería diferente, le daría todo, todo lo que ella deseara.

Anya frunció el ceño, aún de pie, no entendía de qué estaba hablando, solo tenía una meta.

—Espero que cumplas tu promesa y me dejes salir de este lugar. —Demandó firme. Edward sonrió.

—Por supuesto, pídeme lo que quieras y yo te lo daré. —Dijo permisivo—. Pondré una línea telefónica o te compraré un celular, como prefieras; podrás hacer lo que tú quieras, Anya.

—Oye ¿Ahora qué te pasa? —Inquirió, sin levantar del todo la voz, aunque el tono triunfante de Edward ya comenzaba a fastidiarle—. Si crees que caeré en tu trampa... —Comenzó a decir, pero se detuvo al ver de nuevo
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