La verdad sobre Anya.
Isabel abrió los ojos de golpe.
La habitación aún estaba a oscuras, mientras su pecho se agitaba y un sudor frío recorría su frente. Había tenido la misma pesadilla durante años y no era una pesadilla como tal, era un sueño que le recordaba como por su culpa, había muerto el padre de su hija y como su padre le había arrebatado a la misma.
Se incorporó lentamente, como si no confiara del todo en sus piernas. Caminó hasta el ventanal y apartó la cortina con dedos temblorosos. Afuera, Londres dormía repleto de colores neutros y grises, tal cual sentía su alma desde que se enteró que la niña que había criado no era su Anya.
Ya no podía seguir esperando que sus investigadores la encontraran o que el orfanato respondiera. Había jurado no lastimar a nadie y hacer las cosas por la vía legal, pero si hacerlo implicaba no recuperar jamás a su hija, no lo permitiría. Haría lo que fuera. Tenía que hacerlo.
—¿Cuánto tiempo más? —Murmuró tocando el vidrio frío.
Tenía que encontrarla, tenía que sabe