Acuarela nocturna.
El sol se filtraba por las cortinas abiertas de la habitación, yendo directamente hacia la cama mal tendida.
En el apartamento reinaba un silencio absoluto, excepto por el leve golpeteo de una gotera en la cocina y del ventilador averiado de la sala.
Stella abrió los ojos abruptamente al sentir el calor, y escuchar los latidos debajo de ella, que eran definitivamente humanos.
Alzó la cabeza. Su mejilla descansaba en el pecho desnudo de Alan.
El corazón se le detuvo por un instante. Saltó hacia atrás como si hubiera tocado una plancha caliente, tropezando con la manta y cayendo sentada en el borde de la cama con los ojos como platos, desarreglada y completamente confundida.
Alan gimió por el movimiento brusco repentino, pero al verla, no pudo evitar soltar una carcajada.
—¡No, no! No pongas esa cara, te juro que esto no es lo que parece. —Dijo entre risas, llevándose una mano al pecho, justo donde Stella había estado dormida.
—¿¡Te parece gracioso!? —Replicó ella enojada a más no poder