Noah no se movía, pero su pecho subía y bajaba con fuerza.
El beso había comenzado lento. Pero su instinto primitivo se adueñó de él.
Ahora sus labios reclamaban los de ella con una fiereza. Sus manos, firmes y grandes, se cerraban alrededor de sus caderas.
Y es que la deseaba con desesperación.
Se separaron para recobrar el aliento.
La miró.
Esos ojos almendrados, tan hermosos, aún húmedos, parecían implorar que no se detuviera…
Pero era justo lo que debía hacer.
Su mandíbula se tensó.
Se alejó un par de centímetros, como si esos míseros milímetros bastaran para recuperar el control. No bastaban.
—Noah… —murmuró Leah, con una voz suave que quemó más que cualquier grito.
Sus dedos se aferraban a la manta con fuerza. Sus pupilas, dilatadas. Las mejillas rojas y el cuello ligeramente expuesto, como si, sin saberlo, lo incitara.
El alfa apretó los dientes.
Ella acababa de ver cara a cara a la muerte. Su cuerpo aún se encontraba en recuperación.
Tenía que detenerse.
Tenía que…