Su entrepierna se sentía húmeda, llena, ocupada. El peso de Noah sobre ella era un ancla que la mantenía en ese momento, en ese lugar donde solo existían los dos.
Al moverse un poco, un calambre constante le recordó que estaban unidos, cada centímetro de él dentro suyo.
El alfa esparció besos por su rostro. ¿Cómo podía evocar tanta ternura después de un acto tan salvaje? Sus labios, que momentos antes se sellaron contra los suyos con urgencia voraz, ahora rozaban sus párpados, sus mejillas, la comisura temblorosa de su boca con una devoción de la que jamás se sintió merecedora.
Como de costumbre, el pasado apareció para restregarle de dónde había salido. Antes, situaciones así le resultaban humillantes, tristes, dolorosas. Su rol era el de un objeto, un territorio conquistado a la fuerza. Pero esto… esto era diferente.
Ahora, con su v*gina aún palpitante e hinchada, anudada a él, la diferencia se volvía evidente. Ambos parecían semejantes al encaje perfecto de dos piezas.
Se movió, co