—Las lobas preñadas no pueden hacer ese tipo de cosas. —Era obvio que Cassian esquivó ese débil intento de golpe.
Leah frunció el ceño y resopló fuerte.
Cassian iba a soltar otro comentario ácido, sin embargo, el toque firme del alfa en su hombro lo hizo callar.
—Te advertí que no seas bocón. —Noah apretó su agarre.
—Sí, alfa. —Todo el tinte bromista se esfumó, como si supiera que ahora el alfa podría partirle el labio de un puñetazo por bromear con su hembra.
Su vista cayó al suelo, luego la subió y, de reojo, miró a la loba vidente. ¡Por la luna! Ella tenía los ojitos brillosos y su boca fruncida, que casi formaba un puchero. Esa loba sí que sabía cómo obtener lo que quería.
—No cruces los límites, Cassian —pidió el alfa con voz serena, pero extrañamente peligrosa.
El consejero asintió y se fue a terminar sus actividades.
Noah avanzó hasta Leah y su dedo índice rozó una marca rojiza en su cuello.
Ella se estremeció por el tacto. Su piel tenía memoria. Un sonrojo adornó sus