Noah rodeó la cintura de la loba con sus manos.
—Yo no estoy celosa —sus manos frías se posaron en el pecho cálido del alfa.
Él inclinó la cabeza y un poco el cuerpo para estampar sus labios contra los de Leah. El beso no fue cordial; fue salvaje. Noah mostró con cada movimiento lo mucho que la deseaba.
Su lengua exploró sin pudor la boca de la loba.
Su cuerpo se estremeció. Respiró de manera compulsiva. Sus manos bajaron de la cintura de Leah a sus nalgas.
Él, que siempre se jactó de no ser igual de impulsivo y primitivo como los demás machos de su especie, ahora se redujo a un único deseo brutal: invadirla, tomarla, borrarse en el placer de poseerla entera.
Se alejaron un poco con la finalidad de tomar aire.
—Te voy a follar y duro —le susurró Noah a centímetros de sus labios.
El instinto animal dentro de ella emergió. Los recuerdos oscuros de su pasado se volvieron ecos. Lo quiso. Anheló ser tomada por él.
Noah volvió a atrapar sus labios. Su erección palpitó en sus pantalones.
En