Del odio al deseo hay un mordisco de distancia. Dorian Hale, un vampiro atormentado por siglos de culpa y sangre, ha sido creado por los dioses para proteger a los inocentes. Su misión lo trae a Eclipria: desentrañar una red oscura que secuestra y destruye a seres como él, y exigir justicia con una paciencia sedienta de venganza. Pero la verdad más peligrosa no es la que persigue, sino la que encuentra. Nyra Kael es la hija de un científico famoso por sus experimentos prohibidos. Ingeniera de comunicaciones brillante y corazón leal, vive abrazando su vida normal: un trabajo en la empresa familiar como Relaciones Públicas, un Huskie que adora, y dos amigos que han sido su mundo desde la infancia. Recién licenciada como pedagoga, sus planes apuntaban a un nuevo empleo en una nueva ciudad, lejos de un padre que la culpa por la muerte de su madre y de un pasado que la persigue. Una noche, todo se rompe. Un hombre iracundo y magnético la secuestra y la empuja a un mundo de mitología ancestral, magia oscura, clanes hostiles, sangre y colmillos. Dorian no planea quererla, pero la verdad que descubrirá es que Nyra puede ser la llave para desmantelar una conspiración que amenaza a todos los que ella ama —y a él mismo. Entre susurros de vampiros, promesas prohibidas y una química que arde con cada secreto revelado, ambos aprenderán que el amor puede nacer en el lugar más peligroso: el borde entre la venganza y la redención. ¿Estarán dispuestos a arriesgarlo todo para salvarse… o el mal ganará?
Ler maisNyra detestaba los días nublados, pero el cielo estaba decidido a humillarla: un huracán en formación, una semana antes de la luna llena. En Eclipria, la ciudad no se detenía: hogueras, hechizos y la promesa de prosperidad que empujaban a la gente a salir a la calle. Nyra, desde la ventana de su habitación, observaba las nubes oscuras mientras Bruma, su perro, se acercaba y rozaba su pierna. Lo alzó, le dio un suave masaje en la coronilla y volvió a mirar la tormenta que amenazaba con tragarse el verano.
El cambio climático era el tema del momento, pero nadie sabía con certeza qué significaba. Pronto serían las festividades de Xim, su celebración favorita, que prometía lluvia a raudales bajo un cielo gris. Nyra sentía una fascinación inexplicable por esa fiesta; estaba más ilusionada que por su propio cumpleaños: faltaban dos días para cumplir veintitrés años. Un escalofrío le recorrió la espalda y se abrazó, buscando calor en su propia piel.
Antes de acostarse, frente al tocador, Nyra acarició su reflejo. Apartó a Bruma, que mordía un peluche y se vistió con un pijama. Su piel bronceada mostraba un cuerpo esbelto, pero lo realmente cautivador era su rostro: melena azabache, cejas arqueadas, ojos azul grisáceo con pestañas densas, pómulos rosados, nariz fina y labios gruesos. Sonrió recordando el elogio de Amy: “el hoyuelo en la barbilla anuncia belleza y armonía”. Nyra no estaba segura de que fuera cierto, pero la idea le gustaba.
Pensó en su madre. ¿Habría heredado esa marca de Elena? No sabía. Nunca la había conocido. Debía ser hermosa, porque Cyrus, su padre, no se parecía a ella y siempre estaba de mal humor. Nyra intuía que debía parecerse a su madre, pero sin fotos ni recuerdos, esa intuición era lo único que le quedaba.
El vacío dejado por Elena pesaba. Cyrus le había contado que Elena murió al dar a luz. La hemorragia, una frase sin tacto para una niña de cinco años, dejó a Nyra perpleja y culpable. Su padre, le recordaba a cada segundo. —Tú la mataste. Tú fuiste la culpable— y Nyra lo creía.
Después de Elena, Cyrus destruyó cualquier foto o video. Ni la memoria de la madre parecía importar. Nyra quería mil recuerdos de la mujer que le dio la vida, pero él se los había arrancado, junto con el cariño y la sensación de familia.
Trabajaba en la empresa familiar, en la distribución de sustancias y equipos médicos; él creaba lo nuevo, ella lo comercializaba: un dúo perfecto para el negocio, pero en casa apenas se dirigían la palabra. Sus verdaderos apoyos eran Amy y Diego, amigos de la universidad, que eran como sus hermanos.
También estaba Jacob, su médico, que desde hacía cinco años, tras la muerte del señor Francesc, controlaba su diabetes. Venía cada noche a medirle la glucosa y darle insulina. Nyra odiaba las agujas, así que su cercanía con Jacob se convirtió en una amistad sólida; una relación que, a veces, parecía más íntima de lo necesario.
Tomó el móvil al ver la llamada de Amy.
—Hello —dijo la voz detrás de la línea.
—Hola, amiga —Nyra se acomodó y escuchó.
—Diego y yo decidimos que no te quedarás sola este verano cuando vayas a Limber.
—No soy fiestera —respondió.
—Puede que no lo hagas a propósito, pero si nos acompañas, lo harás.
—¿De verdad se quedarán conmigo durante el viaje? —preguntó Nyra, sorprendida.
—¿Qué crees? Alguien tiene que ayudarte a salir de tantos libros —dijo Amy, riendo.
—Te quiero, Amy —rió Nyra.
—Yo a ti. ¿Ya está el Dr. Sexy por ahí?
—Aún es temprano.
—Dale mi teléfono, por Dios —bromeó Amy.
—Eres incorregible —dijo Nyra, riendo.
—Ya voy a aparcar; te llamo mañana. Besitos.
Colocó el teléfono en la cama y recogió su cabello en un moño. Una gran noticia: sus dos mejores amigos pasarían unos días con ella en Limber. Miró el reloj. El Dr. Sexy, como decía Amy, estaba por llegar.
Toc toc resonó en la puerta. Un hombre de unos treinta, más alto que Nyra, rubio, ojos oscuros y una sonrisa suave, esperaba para entrar.
—Buenas noches, Nyra —dijo, amable.
—Hola, Jacob —respondió. —Adelante.
—Hoy llegaste temprano —comprobó con una sonrisa.
—Sí —dijo, dejando la maleta negra sobre la mesa. —Hoy me adelanté al tráfico.
Nyra se sentó en la cama y le ofreció el brazo. Era un ritual nocturno, automático.
—¿Cómo te has encontrado hoy? —preguntó, sacando de la maleta un medidor de tensión.
—Como siempre. Perfectamente.
—¿No has sentido mareos, sudores fríos u hormigueos?
—Nada —negó, unos mechones azabaches se deslizaron por sus sienes.
Jacob apartó el cabello de su rostro y carraspeó, cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Intentó volver a concentrarse.
—Eso está bien —dijo con voz ronca.
Nyra levantó una ceja. No era tonta. Sabía lo que provocaba en los hombres, y Jacob, por más diplomático que fuera, no era inmune. Tampoco buscaba llamar su atención. Pero sabía que lo hacía.
—Siempre ha sido así —dijo, intentando tranquilizarlo. —Gracias a ti, tengo mi enfermedad controlada. Dieta, ejercicio y cada noche las inyecciones que me das. ¿Qué más puedo pedir?
—Es una enfermedad caprichosa.
—Pero no conmigo, gracias a mi obsesión por tus normas. —Le miró a los ojos y guardó silencio. Nyra desvió la mirada, incómoda. Él notó la distracción y tomó la maleta para sacar una ampolla y una jeringuilla. La pinchó y Nyra soltó una pequeña queja de dolor.
—Hoy duele —susurró.
—No ha sido nada —sonrió, relajó y guardó la jeringa.
—¿Lo de siempre? —preguntó Nyra camino a la nevera.
—Sí, por favor —Nyra tomó una cerveza para él y agua para ella. Se sentaron en el comedor.
—En dos días es tu cumpleaños, ¿no?
—Sí, lo celebraré en la verbena de Xim.
—Recuerda que no puedes emborracharte —advirtió, tomando un sorbo de su cerveza.
—No necesito beber para divertirme.
—Tu padre te ha puesto a mi cuidado.
—Eres mi doctor, no mi niñera, Jacob.
—Soy tu doctor y debes obedecer. Tu salud y mi vida corren peligro si haces locuras. Tu padre es...
—Mi padre —interrumpió— puede guardarse sus recomendaciones donde quepan.
¿Amenazas? pensó Jacob. Cyrus no amenaza; actúa directo.
— ¿Tu padre se preocupa por ti, no?
—No seas cínico —se rió.— Confieso que no entiendo la obsesión por mi integridad física, pero yo, como persona, nunca le he importado —añadió dolida— Pero en unas semanas voy a arreglar mi situación —Jacob se tensó y la miró a los ojos. —¿Qué quieres decir? —Me marcho de Eclipria—¿Cómo? ¿Por qué?
—El director de la facultad me ofreció un proyecto en Limber. Un proyecto nuevo y ambicioso —Jacob ensombreció la mirada y apretó la mandíbula. —¿Cyrus lo sabe? —No, no lo sabe —miró al frente con seriedad.— No puedes mantenerlo en secreto —la miró con severidad— Es tu padre.
—Sabes lo que pasaría si se lo dijera —Mira, ya sabes que no estoy de acuerdo con cómo te trata. Pero aun así... —Ya lo tengo decidido. El billete de avión está comprado, me iré la próxima semana —Deberías decírselo —recomendó, levantándose y recogiendo el maletín.— Soy tu médico aquí, pero ¿quién te controlará allí?—Allá también hay médicos —Nyra se levantó y le señaló con el dedo.— Si le dices algo, dejaré de hablarte.
Nyra lo miraba seria, esta vez la advertencia iba muy en serio. Ambos permanecieron en silencio, Jacob estaba tenso hasta que un ruido repentino fuera de la ventana interrumpió la conversación y sus pensamientos. Ambos se volvieron, sorprendidos.
—¿Qué fue eso? —preguntó Nyra, acercándose a la ventana.
—Quizás solo fue un gato —dijo Jacob, nervioso, excusándose y pidiéndole a Nyra que lo olvidara. Ella abrió la ventana y dio un vistazo rápido, no logró ver nada, así que la cerró y regresó con Jacob.
Sin que Nyra lo supiera, unos ojos verdes oscuros como la observaban desde fuera. Un ser que ella solo podría imaginar que existían en los cuentos de terror, había llegado sin anunciarse, esperando en silencio y cauteloso, como lo hacía un gato cazando a su presa. Aunque no lo dijera, Nyra sentía una presión en su pecho. El peligro no tenía rostro; tenía presencia y estaba allí, acechando, esperando el momento justo para avanzar.
Dorian frotó su entrepierna contra Nyra y sintió como el calor le recorría el cuerpo. Por su parte, Nyra se sentía acorralada contra la pared sintiendo no solo la mirada abrasadora de ese hombre sobre su cuerpo sino su ingle rozándola con fuerza. Era la primera vez que estaba tan cerca de un hombre y no sabía como sentirse. ¿Qué le estaba haciendo?Nyra intentó forcejear varias veces, pero el amarre de él era muy fuerte, peo en un movimiento clave, mientras el intentaba abrirle las piernas con las suyas. Aprovecho la oportunidad y con toda la valentía que pudo agarrar, lo pateó con todas sus fuerzas en la entrepierna. Dorian sintió un dolor terrible y por inercia, la soltó llevándose las manos a donde había recibido el golpe. Nyra aprovechó el momento para soltarse y correr a tomar a su perro y luego salir corriendo de la habitación lo más rápido que pudo. Dorian respiró profundo y recobró la compostura. Su primer instito era abalanzarse sobre Nyra para no dejarla escapar, pero la es
Dorian estaba listo, quizás demasiado. Necesitaba controlarse para no gozar más de lo que debía de esa tortura. Había planificado cada detalle, para entrar, debía reducir al guardia de seguridad en la entrada, los dos guardaespaldas que estaban adentro, los tres pastores alemanes rodeando el jardín. Debía recordarse a si mismo que solo debía reducirlos, no matarlos. La tortura y matanza estaba dedicada esa noche solo a Nyra y Cyrus. Él no era un monstruo como ellos, él y su clan no fueron creados para acabar con otros, pero las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, así que haría una excepción con esos dos.Sonrió con malicia y saltó por encima de los pinos, la larga melena negra que habría crecido al soltar su instinto animal, se movía con el viento, su rostro felino estaba lleno de convicción. Planeaba aterrizar sobre la cabina del guardia de seguridad y a partir de ahí, no habría vuelta atrás.Cyrus ordenó a la sirvienta que le trajera un whisky seco. Se recostó e
La mansión estaba a oscuras. Comenzaba a llover con fuerza y Dorian no temía mojarse. Por fin, tras diecisiete años, vengaría a Vlad, su mejor amigo. Cada paso para capturar al asesino lo acercaba a Eclipria, una ciudad hermosa y cosmopolita que parecía un refugio improbable para uno de los suyos.La luz diurna no era cómoda para quien pertenecía a lo que Cyrus llamaba, su clan. Por eso había elegido esa casa para vivir, sabía que no era de fácil acceso para seres como él. En la fachada oeste de la casa, habían dos torres; Dorian estaba seguro que en una de esas torres estaría la habitación de su próxima víctima.Allí estaba ella, fría y fascinante, tan hermosa que parecía imposible que albergara tanta maldad. Dorian contempló, con sus ojos verde oscuro, lo fantasmagórico de la casa, iluminada por focos azulados y amarillos que la hacían parecer viva y peligrosa. Cyrus debía haber ganado mucho dinero a costa de las carnicerías y los experimentos que hacía con los miembros de su clan.
Nyra detestaba los días nublados, pero el cielo estaba decidido a humillarla: un huracán en formación, una semana antes de la luna llena. En Eclipria, la ciudad no se detenía: hogueras, hechizos y la promesa de prosperidad que empujaban a la gente a salir a la calle. Nyra, desde la ventana de su habitación, observaba las nubes oscuras mientras Bruma, su perro, se acercaba y rozaba su pierna. Lo alzó, le dio un suave masaje en la coronilla y volvió a mirar la tormenta que amenazaba con tragarse el verano.El cambio climático era el tema del momento, pero nadie sabía con certeza qué significaba. Pronto serían las festividades de Xim, su celebración favorita, que prometía lluvia a raudales bajo un cielo gris. Nyra sentía una fascinación inexplicable por esa fiesta; estaba más ilusionada que por su propio cumpleaños: faltaban dos días para cumplir veintitrés años. Un escalofrío le recorrió la espalda y se abrazó, buscando calor en su propia piel.Antes de acostarse, frente al tocador, Nyr
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