—Así que ahora quieres negociar. —Noah se dejó caer en la silla de piedra frente a la jaula—. Qué predecible.
Leah, con los labios partidos y el rostro aún hinchado, alzó la cabeza con esfuerzo.
—Te ayudaré a matar a Lucian… pero con una condición.
El alfa alzó una ceja, divertido.
—¿Una condición? ¿Tú? ¿Desde esa jaula?
Ella sostuvo su mirada.
—Quiero arrancarle el corazón con mis propias manos.
Por un segundo, el silencio se volvió denso.
Y luego… Noah soltó una carcajada seca.
—Así que la ramera del Oeste resultó ser una sanguinaria —escupió—. Qué decepción. ¿Eso es lo que te queda? ¿Venganza y fantasías?
—Eso y dignidad —murmuró Leah—. Y después de eso… quiero mi libertad.
Noah se levantó y, con paso rápido, fue hasta la jaula.
—No seas ridícula. ¿Crees que una loba como tú gana la libertad con una sola muerte?
—No con una muerte. Con la más importante —dijo Leah, firme—. La del Alfa que mató a tu familia… y a la mía.
Un silencio extraño se impuso.
Cassian apareció en la entrada del calabozo.
—¿De verdad planeas liberarla? —preguntó con voz apagada.
Noah no respondió enseguida. La miró. Evaluó cada gesto como si fuera un arma antigua que tal vez aún cortaba.
Se giró hacia su lacayo.
—Claro. La dejaré libre. En un par de años —le murmuró.
Cassian se quedó mudo, su expresión dejó claro que sabía que era mentira.
—Muy bien, Leah. —El alfa se volvió hacia ella—. Muéstrame lo que puedes hacer. Una prueba. Un fragmento de tu don.
—No puedo —reconoció, apenas había comido desde que llegó—. Estoy débil.
—¿Eso es un no? —Noah entró a la celda sin dudar. Se inclinó y alzó su mano.
—Necesito recuperar fuerzas…
—Dámela —ordenó, sus ojos se posaron en la mano femenina, delgada y pálida.
Leah dudó.
Pero recordó que si quería un poco de control… tenía que demostrar su coraje.
Le extendió la mano.
Noah la sujetó con fuerza. Una energía caliente subió por su brazo. Fuerte. Invasiva. Dolorosa… y revitalizante.
Leah contuvo un gemido y, cuando Noah soltó su mano, su cuerpo ya no temblaba.
—Ahora —demandó él—. Hazlo.
Leah cerró los ojos.
Sus pupilas brillaron.
Un azul intenso, sobrenatural, se expandió como fuego líquido.
—Dios, luna, espíritu antiguo… muéstrame el dolor del que me esclaviza. Muéstrame su pasado.
Cassian retrocedió. Noah mantuvo el rostro firme.
Y entonces, todo se volvió oscuridad.
Leah lo vio todo:
Fuego.
Humo.
Gritos.
Niños ardiendo.
Mujeres devoradas.
Padres degollados.
Lucian como el líder de la masacre.
Sus colmillos bañados en sangre. Su aura roja, escarlata.
Y Noah, apenas un joven, atrapado bajo cadáveres, gritando con los ojos llenos de rabia impotente.
—¡Detente! —gritó Noah en el presente—. ¡BASTA!
Pero la visión siguió.
El olor de la carne quemada.
El crujido de huesos.
La sangre caliente.
Era demasiado real.
»¡SUFICIENTE!
Noah se abalanzó sobre Leah, la sujetó del cuello y la asfixió.
Ella no peleó.
Sus labios aún brillaban mientras murmuraba una última frase:
—Todos van a pagar.
Noah apretó más fuerte. Hasta que sus ojos se nublaron.
Hasta que la luz se apagó.
Leah cayó al suelo.
Inconsciente.
Pero viva.
Cassian se acercó con el rostro tenso, casi sin voz.
—¿Lo viste?
Noah no respondió.
Sus manos temblaban.
No de miedo.
De memoria.
…
El alfa aún respiraba con dificultad.
Había soltado el cuello de Leah hacía minutos, pero su mente seguía atrapada entre gritos, llamas y carne quemada.
Leah, tendida en el suelo. Frágil.
Pero ya no era la loba débil que había traído medio muerta.
Era una vidente real. Poderosa. Peligrosa.
—Jamás había sentido una visión tan real —susurró Cassian, al borde del asombro.
Noah no respondió.
»No solo lo vio… me hizo sentirlo. Como si hubiera vivido esa noche otra vez —un escalofrío recorrió su espalda.
El Alfa del Este se giró hacia la celda, donde los guardias revisaban el cuerpo inconsciente de Leah.
»¿Y ahora qué? —preguntó Cassian—. ¿Cómo le sacarás provecho a ese don?
Noah entrecerró los ojos, su expresión se tornó calculadora.
—Fácil —dijo—. Vamos a planear un ataque contra los clanes aliados de Lucian. Ella revisará cada estrategia. Cada formación.
Cada riesgo.
—Como un oráculo de guerra —concluyó Cassian.
Noah asintió con una sonrisa torcida.
—Exacto.
Horas después, Leah despertó. El dolor persistía, su mente alerta.
Noah, frente a ella otra vez, parecía más tranquilo… y más cínico.
—¿Te sientes orgullosa de lo que hiciste?
—No. Me siento satisfecha —respondió Leah sin mirarlo—. Aunque debí mostrarte más. Todavía había horrores que no viste.
—Te harás útil. Y eso te mantendrá viva —dijo Noah.
—Entonces exijo que me saques de este agujero —Se incorporó con esfuerzo—. No voy a colaborar encerrada en esta celda apestosa. Quiero una habitación.
Noah entrecerró los ojos.
—¿Disculpa?
—Después de haber metido las manos en tu mente podrida, al menos merezco un maldito colchón —espetó Leah—. O prefieres que me desmaye otra vez antes de tus consejos de guerra.
—No estás en posición de exigir —la voz del alfa era gélida—. Aquí no mandas.
—Pues trátame como lo que soy: la única razón por la que aún tienes una mínima posibilidad de derrotar a Lucian. —Por dentro le temblaba hasta el alma, pero se juró dejar atrás ese ridículo miedo. Su don valía y mucho.
Noah apretó la mandíbula.
Cassian se aclaró la garganta y se acercó.
—Las armas valiosas deben estar bien cuidadas… y guardadas en lugares seguros —susurró.
Leah lo miró sin decidir si sentirse agradecida o asqueada.
Noah levantó la mano.
—Llévenla a la habitación del ala norte. Que la vigilen. Que no toque nada. Y si intenta escapar… me encargaré personalmente de arrancarle los ojos.
Leah no sonrió.
Pero su pecho se llenó de algo que hacía mucho no sentía: control.
Aunque fuera solo una grieta en el muro.
—Gracias, Alfa —dijo con sarcasmo mientras se la llevaban.
Noah la observó irse.
Y en su mente… una sola idea martillaba:
«Ese don es excepcional. Jamás la dejaré libre»