—Yo… —susurró Leah. Eso era vergonzoso.
—¿Quieres caminar? —la interrumpió el lobo, con voz vibrante, profunda, que brotaba desde su pecho—. Porque no vamos a detenernos.
Ella tragó saliva. Su orgullo chillaba, pero sus piernas hinchadas y rotas ya no respondían. Se acercó con esfuerzo. Subirse al lomo del alfa fue difícil. Una vez lo logró, el calor del cuerpo del alfa la envolvió.
No era un calor amable, era crudo, vivo. Estable. Confortable y, a su vez, incómodo.
El trayecto dio inicio. El alfa Noah iba a la velocidad perfecta. Tan relajante que los párpados de Leah se cerraban sin que pudiera evitarlo.
Apoyó la frente contra su pelaje. Y se obligó a mantenerse despierta, pero…
Sus ojos se cerraron por un segundo… y luego se volvieron a abrir.
Y ahí estaba él. Noah. En su forma humana.
Torso desnudo, pecho agitado, los pantalones abiertos a la mitad. Leah se miró las manos; no era ella misma, o tal vez sí, pero no era real. Era un sueño… ¿o una visión?
—¿Por qué me