Hace mucho tiempo, la humanidad fue tomada como un ganado y esclavizada como si fuese algo sin importancia. Ahora los vampiros se proclaman los gobernadores mientras los humanos han tomado el papel de esclavos. En uno de sus viajes, Joanne y Marcus hallaron a una joven maltrecha, con las ropas raídas y manchada de lodo. Sin habla o sin el intento de hacerlo, se dejó llevar por ellos y se hizo parte de su familia. Sin esperarlo, el matrimonio se sume en sucesos extraños y se vuelve el objetivo del monarca mayor de los vampiros, un noble que busca un objeto muy importante para él y que parece ser la joven que ellos cuidan. Eli no es una simple joven, es algo más, y saberlo los llevará a la desgracia
Leer másLas rocas saltan cuando las ruedas pasan sobre ellas.
Con los labios apretados, jugueteo con mis dedos. Observo a la mujer frente a mí con la cabeza cubierta con una tela gruesa y vieja. Cabizbaja, me muevo un poco y enfoco mi vista en el largo camino de tierra. Los árboles le dan la bienvenida a un inmenso bosque, los caballos resoplan y el hombre que los guía está sumido en sus pensamientos.
Regreso la mirada a mis pálidas manos con algunas manchas casi naranjas.
Arrugo las cejas.
¿De verdad no soy capaz de recordar quién soy?
Si no fuera por estas personas condescendientes y bondadosas, en este instante seguiría en medio de la nada a duras penas cubriéndome con los brazos y estando enlodada sin saber qué hacer o cómo sobrevivir.
Me arrastré hasta llegar a un sendero bordeado de largos arbustos y descansé mi maltrecho cuerpo contra un tronco caído. Como no pude levantarme para huir, pues pensé que eran malhechores, dejé que me levantaran y me preguntaran qué me pasaba. La mujer me tendió su mano, me cubrió con su cuerpo y buscó en su bolsa de lona un vestido que ajustó a mi anatomía con algo de intensidad. Su marido, avergonzado y de espaldas, me cuestionó por qué estaba sola en un lugar donde suele haber bandidos. Confundida, intenté hilar algunas palabras, pero nada salió de entre mis labios. No sé por qué ni con qué intenciones decidieron traerme consigo.
Ella me sonríe mientras trenza su cabello.
—¿Ya puedes hablar? —Sacudo la cabeza. Su expresión cambia, pero sonríe para ocultarla—. Seguro podrás dentro de poco.
Su marido se vuelve unos segundos para brindarme una sonrisa.
—No temas, no somos malos.
Lo contemplo.
Sintiéndose intimidado, carraspea y regresa la atención al frente.
Sé que puedo confiar en ellos, algo me lo afirma. Ambos están a unos pasos de entrar a la vejez, aunque se conservan muy bien. Asimismo, sé que son campesinos por sus fachas, humildes y raídas. Seguro estamos de camino a su granja y tal vez tengan hijas que puedan prestarme un vestido mejor.
Me echo para atrás por la sorpresa.
Más allá de altos pinos, se divisan unos muros grisáceos. Las aves pasan por encima de ellos sin dificultad, ya que no pueden medir más de veinte metros. Con las cejas más arrugadas que antes, me inclino sobre la carreta para escrutar mejor esa arquitectura.
—¿Qué es eso?
Pongo mis manos sobre mi pecho, anonadada porque por fin hablé.
La mujer, sonriente, se acerca.
—Es la ciudadela —contesta con la mirada ausente.
—La… ¿la ciudadela?
Asiente.
—Ahí viven los nobles —habla esta vez su marido.
—Pero ¿por qué está rodeada de muros? —inquiero, entrecortada.
Él tensa las cuerdas que tiran de los caballos. Su expresión se vuelve frívola. Se acomoda el sombrero de paja y mastica con más fuerza el pedazo de trigo que adorna su boca.
—Muchacha, ¿acaso eres una fugitiva? —espeta con voz dura.
Su mujer se aleja y se pone a su lado, alarmada.
Dejo caer el mentón. ¿Fugitiva? Ni siquiera puedo saber por qué estaba enlodada y con la ropa hecha jirones. Ingiero saliva.
—Si le soy sincera, señor, no recuerdo por qué estaba allí ni mucho menos quién soy.
La señora suelta un gritito de angustia.
—¿Será que ellos…?
—No —la corta.
—¿Qué hay tras esos muros? —insisto.
La mujer, más preocupada que antes, regresa y cubre mis manos con las suyas.
—Chupasangres.
—Son viles, muchacha —comenta él con el rostro ladeado sobre su hombro—. Nos gobiernan. Se creen nuestros reyes, así que también creen que podemos ser un ganado más. Verás, mensualmente debemos ir a unas instalaciones donde nos sacan dos litros de sangre. Si no vamos, sabrán los dioses qué nos harían.
—Empiezas a dar tu sangre a partir de los diez años. Sí, una edad muy temprana —continúa ella con rabia—. Lo bueno es que no les sacan tanta sangre como a nosotros, quizás unos doscientos mililitros. Es sangre de primera, eso sí. Si escapaste de ellos y te golpearon hasta el punto de dejarte sin recuerdos, es muy probable que hayan creído que moriste y te dejaron allí para que los buitres te comieran. En tal caso, es un milagro que estés viva. No tienes heridas profundas, es más, estás casi intacta…
—Tal vez te dieron un golpe en la cabeza —añade él—. Tal vez no se tomaron el poco tiempo que conlleva el revisar tus signos vitales, aunque eso fue a tu favor, ya que, mírate, pudiste huir.
—¿Y si no hui? —balbuceo—. ¿Y si…?
—Alégrate de estar viva, muchacha, y de haber sido hallada por nosotros. Estamos en contra de esta tiranía. Somos un grupo pequeño subversivo que hace lo posible por derrocarlos —manifiesta al dejar de arrear a los caballos y se gira del todo—. Soy Marcus.
—Y yo soy su esposa, Joanne.
Dejo caer los hombros sin procesar aún la manada de información que me acaban de soltar. Es más, ¿por qué decirme que son unos si aún no saben mis verdaderas intenciones o mis antecedentes? Nadie en su sano juicio suelto algo de esa magnitud y más con alguien que a duras penas puede hablar.
—No te preocupes, no te expondremos. Antes tienes mucha suerte de dar con nosotros, por así decirlo.
—Joanne tiene razón, muchacha. Haremos lo posible para ocultarte de ellos.
Un nudo sofoca mi garganta.
Si soy una fugitiva, así como ellos afirman, esos chupasangres posiblemente aún me buscan. No sé las razones y quizá me tarde en saberlas, pero de algo sí estoy segura: no puedo dejar que me vean. De algún modo, una sensación cándida y extraña se alojó en mi pecho desde que separé los párpados para ser cegada por cierto tiempo por el sol. Esa sensación prevalece y se hace dueña de mi corazón. Si no fuera por ese cosquilleo, me hubiese tirado de la carreta al presentir cualquier cosa que no me cuadrara. Sin embargo, fue tanta mi sorpresa al sentirme a salvo con Joanne y Marcus. Ese sentimiento anudado a una estupefacción a carne viva no dejó que el nerviosismo ponzoñoso me apuñalara para desconfiar de ellos.
Sé que no es suerte ni algo semejante el que esté ahora acompañada por dos personas en contra de un sistema opresar, es algo más. Dudo mucho también que sea el destino.
Me despierto agitada, con la mano en el abdomen y la nariz bañada en sudor. Me incorporo sin apartar la mano de mi vientre y dejo caer la mirada en ella. Mi palma se aprieta con fuerza, como si quisiera proteger algo detrás de ella. Ingiero saliva, respiro profundo y alejo la mano sin dejar de mirarla. Sacudo la cabeza. «Son preocupaciones que no vienen al caso», me digo con los labios apretados.Intento recordar el sueño o la pesadilla, pero es en vano.Me recompongo alzando los hombros y moviendo la cabeza a los lados.—Eres la reina de las pesadillas. —La miro en el umbral de la puerta—. Desde que te conozco siempre las has tenido, no importa la ocasión o el instante. —Se acerca con una bandeja, donde reposa una tetera y una taza—. ¿Ya cómo te sientes?—Bien —contesto a secas.Asiente y deja la bandeja en la mesa de noche a mi lado.—¿Nada de mareos o vómito? —Me escruta con una larga mirada. Sus ojos de repente caen en mi vientre y se fruncen—. ¿Tienes cólicos estomacales?Presion
Apoyo todo mi peso en el muro frontal que divide las cosechas de frutas con las de vegetales. Exhalo con pesadez y me encorvo. Mi mano no tarda en tantear el muro para también apoyarse en él. Pestañeo una, dos, treces veces más para recomponerme y fingir que estoy bien.Le sacudo la cabeza a Breogán, que se acerca con una mueca intranquila.—Estoy bien —le susurro.—Estás más blanca que el mismo blanco.Asiento y enderezo la cabeza. El sol me ciega por un tiempo indefinido, el cual aprovecho para calmar el dolor incesante en mi cráneo, donde seguro mi cerebro se remueve inquieto. Absorbo una bocanada de aire y cierro los ojos con fuerza. El mundo me da vueltas. Mi estómago, que no está preparado para la situación, se retuerce y gira en su posición. Me reclino y expulso ese efluvio cargado de vómito que él expulsó después de dar la quinta vuelta. Me presiono el abdomen y toso, escupiendo lo último que queda de vómito.Breogán palmea mi espalda y suspira.—Yo… —Resuello, sacudo la cabez
Aunque estoy mareada y confundida, logro empujarlo con todas mis fuerzas. Breogán oye la reyerta y no tarda en acercarse con el rostro preocupado. Me ponga a horcajadas sobre su abdomen y presiono su pecho contra el suelo. Entretanto, aprieto mi antebrazo derecho contra su cuello para mantenerlo más quieto. Sus ojos desorbitados se fijan en mi cuello, donde la yugular palpita confundida.—¡Hay que alimentarlo ahora!—¡En eso estoy! —Desenrosca la tapa de la botella que contiene la sangre de Oliver—. Incorpóralo.Cassius se interesa en él, así que aprovecho para girarnos y levantarlo de un modo que no me explico. Apreso su cuello de nuevo con el mismo antebrazo, de esta manera hago palanca, y enrosco mis piernas en su cintura. Breogán le acerca la boca de la botella. Él no duda en pegarse a ella y beber ese líquido carmesí. Dejo de ejercer presión a medida qu
«Esta podredumbre que se siente en el ambiente es digna de temer», es lo primero que pienso cuando nos detenemos en el camino que conduce a la parte trasera de la ciudadela, donde los muros son más bajos.Breogán parece sentir el hedor también, porque hace una mueca.—Algo está mal, de manera que…Se ve interrumpido por un graznido que parece más bien un chillido.Munin aterriza en mi hombro y vuelve a graznar con fuerza. Mueve su cabeza hasta que roza la punta de su pico con mi nariz. La pequeña pupila se dilata cuando se posa en mis ojos. Grazna de nuevo. Mi mirada se dispara hacia Breogán, que entiende al instante qué ocurre. Entendemos con más ahínco por qué hay este purulento aroma al fijar la vista en lo alto de los muros. Trago una buena cantidad de saliva y me pongo rígida. Los largos cabellos de las cabezas oscilan con el viento. Las mand&
El silencio se acrecienta.Siento cómo los latidos de mi corazón son lo único que captan mis tímpanos.—¿Cómo podremos ayudarte? —inquiere finalmente.Exhalo.El Monte de los condenados es casi impenetrable, solo los dioses pueden entrar a él. Ni siquiera las sombras tienen el derecho de volverse vivas cuando están allí; permanecen quietas, inamovibles, sin personalidad, sin vida. Aquel que sea lanzado a ese monte se verá opacado por una soledad sobrecogedora. Es el lugar ideal para los pérfidos y los abyectos. Una vez logré estar allí y no pude mantenerme en pie por mucho tiempo. Sentía que mis penas y culpas se disolvían sobre mis hombros, haciéndolos pesados. Aunque puede verse como un sitio espléndido por sus largos mares verdes y largos cielos azulados, el remordimiento reina y se esparce en quienes lo visitan. Y
La palma de mi mano escuece en cuanto la apoyo en la rugosidad del tronco del abeto a mi lado. Aprieto los dientes. Sacudo la cabeza cuando la idea de regenerarme de una vez pasa por mi cabeza. El lobo blanco se detiene a cinco pasos de mí y ladea la cabeza con curiosidad. Apoyo el dedo índice entre mis labios, pidiéndole que haga silencio. Se queda quieto, sin mover siquiera los bigotes de su hocico.Aguzo el oído y me concentro en la variedad de sonidos que suelta el bosque hasta dar con la que no pertenece a él.Snær se tensa.Son pasos desiguales.Ambos dejamos de estar alertas cuando nos percatamos de que es un campesino con un caballo, el cual relincha y pisotea el suelo.Continuamos con nuestra caminata en dirección a la manada de lobos que está cerca del camino que atraviesa la cordillera. Montaron su guarida en tres cuevas no tan hondas que les permite estar cerca de un grupo abundante
Último capítulo