La palma de mi mano escuece en cuanto la apoyo en la rugosidad del tronco del abeto a mi lado. Aprieto los dientes. Sacudo la cabeza cuando la idea de regenerarme de una vez pasa por mi cabeza. El lobo blanco se detiene a cinco pasos de mí y ladea la cabeza con curiosidad. Apoyo el dedo índice entre mis labios, pidiéndole que haga silencio. Se queda quieto, sin mover siquiera los bigotes de su hocico.
Aguzo el oído y me concentro en la variedad de sonidos que suelta el bosque hasta dar con la que no pertenece a él.
Snær se tensa.
Son pasos desiguales.
Ambos dejamos de estar alertas cuando nos percatamos de que es un campesino con un caballo, el cual relincha y pisotea el suelo.
Continuamos con nuestra caminata en dirección a la manada de lobos que está cerca del camino que atraviesa la cordillera. Montaron su guarida en tres cuevas no tan hondas que les permite estar cerca de un grupo abundante