Vuelvo a mirarlo con la expresión seria.
Él lo capta y se arma de valor. Busca a tientas en el bolsillo interior de su gabardina las balas de repuesto que podrá necesitar y las cuenta. Entretanto, busco con la mirada algo que me puede servir para empalar aunque sea a uno.
«Hay que darle créditos a Vlad Tepes por tan magnífica idea».
Doy con una rama larga y gruesa desprovista de hojas. La agarro con una sonrisa y la reviso con cuidado. Sí, podré atravesar a alguna sanguijuela. Mi pecho se exacerba y la ansiedad se acumula en mi esternón, pidiéndome que haga lo que esa necesidad innata me reclama: deshacerme de ellos.
Mi mente se mueve a mil por hora ideando alternativas de ataque y defensa.
—Oh, diosa de la guerra, ayúdanos.
Mi corazón se encoge de repente y sin precedente alguno.
Ignoro esa sensación y vuelvo a enfocarme en el enemigo. Dos a la derecha y tres a la izquierda. Como estamos ubicados Remi y yo, a él le tocará más