Del corazón roto al liderazgo: mi nueva manada
Ricardo me había prometido que, en el gran banquete de la noche en que se fundara la manada, anunciaría frente a todos los miembros de la manada nuestro matrimonio de ocho años.
Sin embargo, ese día, su amor de la infancia, Liliana, ocupó mi lugar, sentándose en el puesto de Luna a su lado.
—Dicen que el Alfa tiene una compañera con quien lleva casado ocho años, ¿no será acaso la señorita que está a su lado? —preguntaron los guerreros con causalidad.
Ricardo sonrió, sin contradecirlos, como si estuviera dando por válido lo que decían.
Quise pedirle una explicación, pero lo escuché decir:
—Aunque me ayudaste a conseguir la posición de alfa, tu origen es demasiado humilde, no se compara con la noble cuna de Liliana. Como mi compañera, debes ser más comprensiva.
No discutí. Me di la vuelta de manera decidida y me fui de la manada que una vez construimos juntos.
Después, fundé mi propia manada y expandí mi territorio hasta convertirlo en el más grande de toda la federación.
En la ceremonia, donde el Rey Alfa me otorgó una medalla de honor, Ricardo se paró entre la multitud y le dijo orgullosamente a los que estaban cerca:
—Ella es mi esposa.
Fingí no verlo, pero él se puso tan ansioso que se le enrojecieron los ojos.