Dejé de ser la sustituta y el millonario me mima
En toda la Ciudad Santa Lucía se sabía bien: yo era la muchacha consentida, la que Roberto Salazar y Alejandro Pedraza llevaban en el corazón.
A los doce años, Roberto me rescató de las manos de un padre violento y me regaló una segunda vida. Me juró que estaría a mi lado para protegerme siempre.
A los trece, Alejandro rentó un parque de diversiones entero solo para celebrar mi cumpleaños. Me dijo que cuidar mi sonrisa sería la misión de toda su existencia.
Este año cumplí veintitrés, y aun así, en pleno invierno me encerraron tres días enteros en un ático oscuro y helado.
Cuando mi cuerpo ya no respondía y la conciencia se me escapaba, ellos estaban acompañando a su amiga de la infancia que había vuelto: Paola Fuentes.
—Todo lo que tienes me pertenece. Ya es hora de devolvérmelo —me dijo Paola.
Después de escucharla, no lloré ni hice escándalo: simplemente me fui en silencio. Ellos, en cambio, se volvieron locos buscándome durante años.