Narrado por Teo
La ciudad seguía en pie. La gente caminaba, el tráfico rugía, el mundo giraba como si nada hubiera pasado.
Pero yo no.
Estaba sentado en mi oficina, rodeado de informes que no leía, de llamadas que no contestaba, de decisiones que se acumulaban como los silencios entre Karina y yo. El cristal del ventanal me devolvía un reflejo que apenas reconocía: el traje impecable, la mandíbula tensa, los ojos vacíos. Un espectro funcional.
Sabía que estaban de regreso. Que Dante y Karina habían vuelto de Dublín. Que habían compartido habitación, paseos, besos. Quizá algo más. No necesitaba confirmarlo, lo sentía en los huesos. En la forma en que la ciudad me parecía más ajena, más fría, más insoportable.
Apreté los dientes y me obligué a levantarme.
Necesitaba moverme, respirar, escapar. Pero lo único que hacía era pensar en ella.
¿La abrazó por las noches? ¿Le acarició el pelo mientras dormía? ¿Le susurró cosas que antes me decía a mí?
Un golpe seco resonó en el cristal cuando mi