Narrado por Dante
El sol se colaba tímido entre las cortinas, derramando un haz dorado que calentaba la habitación sin romper la calma. Abrí los ojos despacio, como si temiera que despertar significara perder ese instante perfecto.
Ella estaba ahí, dormida a mi lado, con el rostro sereno y la respiración tranquila. Mis dedos se deslizaron con cuidado sobre su piel, como para confirmar que era real.
Recordé el beso de anoche: lento, profundo, cargado de algo más que deseo. Algo que me hizo comprender que ella también había esperado ese momento, aunque ninguno se atreviera a cruzar la línea.
No quise apresurar nada. Me quedé allí, contemplándola, disfrutando de la cercanía.
Cuando finalmente despertó, nos miramos en silencio. No hacía falta hablar. Bastaba con sentirnos.
Decidimos salir a caminar. La ciudad nos esperaba con su magia cotidiana: calles empedradas, cafés escondidos, aromas a pan recién horneado.
Karina caminaba a mi lado, con esa mezcla de fragilidad y determinación que me