Narrado por Karina
El silencio que quedó tras sus palabras todavía me golpeaba en el pecho. Sentía el corazón apretado, como si alguien lo hubiese tomado entre las manos y lo estrujara con fuerza. Mi llanto aún no cesaba; cada lágrima que descendía era la expresión de un miedo tan antiguo como la primera vez que supe lo que era perder.
Teo estaba frente a mí, con la mirada fija en el suelo, la mandíbula tensa, como si confesarse me hubiera desgarrado a él mismo más que a mí. Me habló de su enfermedad, de la idea del suicidio, de esa determinación oscura que había tenido cuando pensaba que no tenía a nadie por quien quedarse. Y yo lo miraba, incapaz de comprender cómo podía existir tanto amor y tanto dolor dentro de un mismo hombre.
Me limpié las mejillas con torpeza y me acerqué hasta él. Me arrodillé a su lado en el sillón, tomé su rostro con las dos manos y lo obligué a mirarme. Sus ojos, cargados de culpa, de miedo y de cansancio, se encontraron con los míos, que temblaban de ternu