Narrado por Karina
El eco del martillo del juez todavía resonaba en mi mente cuando abandonamos la sala. Aquel sonido, seco y definitivo, fue como una campanada de cierre a un ciclo de sombras que había durado demasiado. Los padres de Dante ya no eran intocables, ya no tenían el poder de reescribir la historia a su favor. Las cadenas que habían colgado sobre otros ahora se cerraban en torno a ellos.
Tomé la mano de Teo mientras bajábamos los escalones del tribunal. Su palma estaba húmeda, y sus dedos, aunque firmes, temblaban levemente. Sabía que no era solo la emoción de la justicia, sino el cansancio acumulado, ese que se pegaba a sus huesos desde que el tratamiento había comenzado a marcarle los días.
El aire de la calle nos recibió con una mezcla de humedad y ruido, pero a mí me supo distinto. Respirar ya no era un acto mecánico: era una prueba de que estábamos juntos, de que seguíamos luchando.
—Se terminó —dije en voz baja, casi para mí.
Teo asintió, mirando al horizonte, sin so