Camelia no respondió de inmediato. La bofetada aún le ardía, no solo en la piel, sino en el orgullo. Estaba acostumbrada a tener el control, a dictar las reglas. Nadie le alzaba la voz, mucho menos una mujer como Becca.
—Esto no va a quedar así —escupió, con los ojos incendiados—. Te juro que me vas a rogar de rodillas.
—Adelante, no me dejaré intimidar por alguien como usted —replicó Becca.
—¡Insolente! —Camelia alzó la mano izquierda, dispuesta a devolver el golpe. Pero Asher se interpuso, deteniendo la embestida.
—Ya basta, mamá —su voz sonó serena, pero la furia se filtraba como veneno bajo cada palabra—. Has cruzado la línea. Si vuelves a acercarte a Liliana… te juro que no me vuelves a ver.
Camelia lo miró, y aunque el corazón se le quebraba en mil fragmentos, no dejó que se asomara un solo gesto de debilidad.
—¿La eliges a ella? ¿A esa cualquiera… en lugar de tu propia sangre?
—Sí —contestó sin vacilar—. Porque ella es mi familia ahora. Y si no puedes entenderlo, entonces no ti