El reloj en la estación marcaba las 3:12 a.m. La ciudad dormía, pero en la sala de espera de la comisaría, el tiempo parecía haberse congelado. Becca estaba sentada, con una manta gris sobre los hombros, los ojos fijos en un punto inexistente del suelo. Sus manos seguían manchadas, no de sangre ya, sino de recuerdos que se adherían con una fuerza cruel.
El oficial que la custodiaba cruzó los brazos, incómodo. No sabía qué decir ante una mujer rota.
—¿Necesita algo? —preguntó finalmente, en voz baja.
Becca negó con la cabeza. Su voz se había perdido entre gritos y disparos horas atrás. Lo único que quería era ver a Asher. Sentir su voz. Saber que seguía allí, a pesar de todo.
Del otro lado del edificio, Asher estaba sentado en una celda temporal. Le habían dado hielo para la hinchazón de su mejilla, pero no había preguntado por su estado. Solo por ella.
—¿Está bien Liliana? —había preguntado una y otra vez, hasta que uno de los agentes, harto, le dijo que estaba en observación y coopera