Charlotte y yo conversamos alrededor de una hora. Cuando nos fuimos, ella me acompañó hasta el estacionamiento para asegurarse de que todo estaba en orden.
Conduciendo de vuelta a Libertaria veía obsesivamente por el retrovisor.
Por fortuna nadie me seguía. Quien quiera que lo hubiera hecho antes había decidido dejarme en paz.
«O tal vez fue una advertencia».
Dios. Quizás lo mejor sería limitarme al maldito reportaje de las becas, como lo había pedido Octavio, e ignorar el olor a chamusquina que impregnaba todo lo que tuviera que ver con el Ayuntamiento.
Suspiré y miré nuevamente los espejos. Nada raro, nadie me seguía. Tomé la salida de la Autopista que daba a Libertaria y cinco minutos después dejé el auto en el parqueadero del edificio.
Agarré con fuerza mi bolso y subí al ascensor. Tenía que contarle a Julián. ¿Cómo se lo tomaría? Tragué nerviosa, en cuanto las puertas de acero se abrieron.
Miré hacia la oficina del Editor en Jefe. Octavio esperaba un adelanto.
—Mierda —susu