La furia que ardía en los ojos de Lion era de una calidad diferente a cualquier ira que Olivia hubiera visto antes. No era el frío cálculo del empresario, ni la posesión feroz del amante. Era una rabia pura, primitiva, nacida de la violación de su voluntad, del intento de manipularlo como si fuera un títere en el escenario perverso de Allison y Beatriz. Ser usado, drogado, y casi ser manejado para herir a la mujer que amaba... era la máxima afrenta a un hombre cuyo control sobre su mundo era absoluto.
—¡Andrés! —La voz de Lion resonó en la ahora vacía sala de descanso, aunque el eco del escándalo todavía parecía vibrar en las paredes. Su asistente personal, una presencia silenciosa y eficiente, apareció en la puerta como si hubiera sido materializado por la furia de su jefe. —Allison Winchester. Localízala. Congela todas sus cuentas, tarjetas, y accesos. Que no pueda comprar ni un café. Y envía un equipo a la casa de los Hale. Quiero a Beatriz encontrada. Ahora.
—Inmediatamente, señor