(Narración en tercera persona)
Olivia despertó sumergida en una calidez profunda y en un peso reconfortante. No fue el despertar ansioso o pesado al que estaba acostumbrada con Caleb, sino un emerger lento y plácido de las aguas del sueño. La luz de la mañana se filtraba por entre las persianas, pintando rayas doradas sobre las sábanas de satén negro. Y entonces, lo sintió: el brazo de Lion, pesado y posesivo, rodeando su cintura; su enorme pecho y abdomen musculosos y peludos contra su costado; su respiración profunda y regular sobre su nuca.
Se quedó quieta, conteniendo el aliento, permitiéndose sentir la realidad de ese momento. No era un sueño. No era una tregua. Estaba en la cama de Lion, en su cama, rodeada por él, con el eco de la pasión de la noche todavía tangible en su piel sensible y en el leve dolor muscular que le recordaba cada caricia, cada susurro, cada instante de unión. Una sonrisa tranquila, llena de asombro y felicidad pura, se dibujó en sus labios. Por primera vez