El mundo se desdibujó a los ojos de Olivia. El elegante restaurante, los olores de la comida, las miradas curiosas de los otros comensales… todo se convirtió en un manchón borroso mientras corría hacia la puerta, con el corazón martilleándole en el pecho como un tambor de pánico. El frío de la calle le golpeó el rostro, pero no sintió nada excepto el vacío helado que se abría en su estómago.
Con dedos que temblaban de forma incontrolable, sacó el teléfono de su bolso. La pantalla se le empañó por las lágrimas de frustración y miedo que finalmente brotaron. Marcó el número de Lion. Sonó una, dos veces, eternidades de silencio que ampliaban su desesperación.
—¿Olivia? —La voz de Lion, grave y calmada, surgió al otro lado, como un ancla en su tormenta personal. —¿Qué pasa? Suenas…
—¡Lion! —Lo interrumpió de inmediato, con su voz quebrada por los jadeos. —¡Es Ethan! ¡Se llevó a Karla! ¡La agarró del brazo y se la llevó a rastras! ¡No pude detenerlo! ¡No sé adónde…!
—Tranquila. Respira. —L