El mundo de Caleb Winchester se resquebrajó en mil pedazos. Las palabras de su madre, cargadas de veneno y rencor, habían pintado un cuadro tan grotesco y verosímil que le resultó imposible no verlo. Cada mirada de su abuelo hacia Lion, llena de una intensidad que a él siempre se le negó. Cada tensa indiferencia de su padre hacia su tío. Todo cobraba un sentido terrible y nuevo.
Atónito, con el rostro pálido y la mente embotada por el shock, se giró hacia su padre, Robert. Buscando en sus ojos una negación, una sonrisa burlona que desacreditara la locura de su madre.
—Padre... ¿Es eso cierto? —La pregunta le salió rasgada, cargada de una desesperación infantil que creía superada.
Robert Winchester no pudo sostener la mirada de su hijo. Bajó los ojos, su silencio fue más elocuente que cualquier confesión. Era un hombre roto, derrotado por un secreto que había cargado durante décadas y que ahora yacía expuesto, pudriéndose a la vista de todos.
El silencio de su padre fue la confirmación