(Narra Olivia)
Me observé en el espejo del elevador, ajustando el cuello de mi blusa de seda color marfil. Esta mañana me había vestido con más cuidado del habitual, traía un traje pantalón de corte impecable, tacones discretos, pero elegantes, llevaba el cabello recogido en un moño low que dejaba al descubierto la línea de mi cuello. No iba a una batalla, pero sentía que necesitaba toda mi armadura. La sospecha que anidaba en mi pecho desde la noche anterior era a la vez aterradora y esperanzadora, un frágil cristal que temía sostener y romper.
Al llegar al piso ejecutivo, el silencio era absoluto, roto solo por el suave zumbido del aire acondicionado. La recepcionista asintió con una sonrisa discreta al verme, puesto que ya no necesitaba anunciarme.
Pero al acercarme a la majestuosa puerta de roble de la oficina de Lion, me detuve en seco. La escena que se desarrollaba frente a mí era tan grotesca que por un momento pensé que mi mente, afectada por la tensión, me estaba engañando.
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