Cinco años. El tiempo había tejido su manto sobre la Fundación Aurora, suavizando aristas y consolidando cimientos, tanto los de hormigón como los del alma. El edificio original no solo funcionaba; prosperaba con la vibrante autonomía de un organismo maduro. Aurora Sur, por su parte, se había convertido en un faro independiente en el distrito sur, desarrollando su propia personalidad—más urbana, más centrada en el arte callejero y la reintegración social—pero manteniendo el núcleo ético de su gemela mayor. La Red Aurora era ahora una constelación de más de veinte comunidades vibrantes esparcidas por el país, cada una un testimonio único de que otro mundo no solo era posible, sino que ya estaba siendo construido.
Lion y Olivia, al acercarse a los cuarenta, habían entrado en una nueva etapa. Ya no eran los jóvenes luchadores contra los fantasmas del pasado, sino los guardianes sabios de un legado que había superado con creces sus sueños más ambiciosos. Lion dedicaba la mayor parte de su