¡Me perteneces!

¡Me perteneces! ES

Romance
Última actualización: 2025-08-28
Alexyta  En proceso
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Resumen
Índice

Él soñaba con una mujer cada noche, incluso creó un gran cuadro de esa imagen, sin saber que, después de despertar del coma, y enterarse que su mejor amiga había donado su corazón, lo encontraría en la mujer de sus sueños. Iker la rapta dela iglesia, la convierte en su esposa, y la obliga amarlo, pero él no puede amarla. Él tiene prohibido amar, prohibido ser feliz, porque todo lo que ama, lo arrancan de su lado.

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Capítulo 1

Raptada.

Del vehículo principal, un Rolls royce negro, se abrió suavemente la puerta y bajó una figura imponente, elegante y glamorosa que inmediatamente captó la atención de todos los presentes, quienes esperaban la salida de los novios.

Una gafa de sol de diseñador cubría los ojos negros como el ónix. A pesar de tener unas facciones atrayentes y encantadoras que parecían esculpidas por un artista, el aura que expresaba su perfecto rostro; limpio, suave y puro como la más fina seda, destellaba una frialdad y rudeza que hacía estremecer a cualquiera que osara sostenerle la mirada.

Dando fuerte pisada con sus zapatos italianos hechos a mano, subió los escalones de dicho lugar sagrado y se adentró en la iglesia con paso firme y decidido.

Mientras el eco de sus pasos resonaba. La docena de hombres que lo acompañaban, le siguieron como sombras silenciosas y amenazantes.

Ante los pasos que resonaban en el recinto sagrado, todos los invitados voltearon a ver con evidente inquietud. Cuando observaron la docena de hombres vestidos de negro dirigirse hacia el altar donde se encontraba la pareja de enamorados a punto de sellar su amor ante Dios y la sociedad, los ahí presentes declinaron la cabeza en señal de sumisión y respeto.

Uno de los hombres más poderoso e influyente de todo Pyongsong -Corea del Norte-, temido por todos y respetado por las altas esferas del poder, se había hecho presente en aquella ceremonia.

Una vez que cruzaron el umbral, los pasos se hicieron suaves sobre la alfombra roja central. El alto hombre, de cuerpo bien definido, levantó su mano con un gesto autoritario y todos se detuvieron. Solo él, como un depredador acechando a su presa, caminaba hacia el altar.

Los novios estaban tan absortos y entretenidos con el relato del anciano sacerdote que oficiaba la ceremonia que, ni cuenta se dieron de las amenazantes presencias.

—Emilia Casper, ¿acepta por esposo a…?

—¡No! —se escuchó una voz profunda y autoritaria proveniente desde atrás.

La joven vestida de novia se giró lentamente, para ver quién había respondido por ella—. No va a casarse.

—¿Por qué razón interrumpe esta sagrada ceremonia? —Inquirió el sacerdote.

—Porque ella me pertenece —bastó un sutil movimiento de sus manos, como un director de orquesta comandando a sus músicos, para que los hombres que lo acompañaban se movieran y agarraran a Emilia de ambos brazos y procedieran a sacarla en contra de su voluntad.

Todos los presentes conocían a ese hombre, y aun cuando la familia Cásper era de buena posición social, no podían ni siquiera pensar en intervenir en esa orden. Hacerlo sería como desafiar a la muerte misma, y desafiarlo era sentenciar no solo la ruina económica y social, sino potencialmente la propia existencia.

—Señor, por favor —dijo el novio con voz temblorosa—. No puede llevarse a mi novia así como así…

Ni siquiera lo dejó terminar de articular su súplica, cuando ya le respondía.

—¡No es tuya, nunca lo fue! —refutó expandiendo una mirada escalofriante que heló los huesos del individuo— ¡Es mía, siempre lo ha sido y siempre lo será! —sin decir más palabras, se dio la vuelta y marchó.

A Iker Lanús, nadie podía contradecirlo ni cuestionar sus decisiones. Cuando él tomaba algo o a alguien bajo su dominio, ninguna fuerza humana podía impedirle que hiciera uso de aquello que consideraba suyo, y quién se atreviera a desafiarlo, inevitablemente terminaría dentro de una fosa olvidada o abandonado por las calles moribundo como un perro sarnoso, sirviendo de ejemplo para otros que osaran desafiar su voluntad.

***

La docena de autos lujosos, encabezados por el Rolls-Royce principal, se adentró en la villa privada de Iker Lanús. Con movimientos estudiados, este sacó un tabaco de una cigarrera de oro y, manteniéndolo un momento entre sus dedos, jugó con él como si fuera una pequeña obra de arte, antes de encenderlo con un mechero de platino grabado con sus iniciales.

Su chofer personal, anticipando las preferencias de su jefe, hizo rodar los vidrios oscuros blindados para que los delgados dedos de su empleador pudieran sacudir las cenizas fuera del interior del vehículo.

La mirada serena y penetrante de aquellos ojos negros como pozos sin fondo se concentró en la joven que sus hombres sacaban de otro coche. No la perdió de vista ni un solo instante, como un halcón siguiendo los movimientos de su presa, hasta que la ingresaron a la villa.

—Señor, ¿considera necesario aumentar el perímetro de vigilancia? —preguntó su jefe de seguridad.

—No será necesario, Yosef. Encárgate personalmente de hacer desaparecer todos los videos de las cámaras de seguridad de la ciudad, y asegúrate de que nadie, absolutamente nadie hable sobre lo sucedido hoy. Y lo más importante: que ni una palabra de esto llegue a sus oídos. Ella no debe enterarse de su existencia.

Ante la orden de su jefe, Yosef asintió.

—Será ejecutado inmediatamente, señor. Me ocuparé personalmente del asunto.

*

Iker bajó del coche, se dirigió hacia la entrada principal de la villa privada mientras seguía fumando aquel cigarro. Antes de ingresar, aplastó la colilla en un cenicero integrado en una de las enormes columnas, limpió sus dedos con un pañuelo y prosiguió su camino.

—Joven maestro —su mayordomo, Omar, lo recibió—. La señorita Cásper se encuentra instalada en la habitación que ordenó preparar. ¿Necesita que le facilite el acceso a la puerta?

—Gracias Omar, no será necesario por el momento. Estaré en el despacho atendiendo asuntos pendientes.

—Debo informarle que en el despacho lo espera su primo, señor.

Iker Lanús soltó un suspiro y se dirigió hacia dicho lugar.

—¿Qué asunto te trae por aquí? —preguntó mientras desbotonaba su traje de diseñador y se acomodaba en su silla.

—Vine a verificar el estado del fugitivo. Han pasado semanas desde tu recuperación y te mueves por la ciudad como si las heridas que portas no fueran más que insignificancias.

—Son exactamente eso: insignificancias que no merecen atención —sacó otro tabaco de su cigarrera y volvió a rodarlo entre sus dedos.

—¿Quién es la misteriosa mujer que tus hombres acaban de ingresar?

Aquellos labios gruesos y delineados se abrieron para colocar el tabaco en medio de ellos. Tras encenderlo, miró fijamente al doctor con una intensidad que podría hacer temblar al más valiente.

—Un consejo, querido primo: olvida lo que acabas de presenciar, no hagas preguntas sobre asuntos que no te conciernen, y así tendrás la fortuna de vivir una larga y próspera vida —respondió con voz aterciopelada.

Eren, sonrió, pues ya estaba acostumbrado a las respuestas enigmáticas y cargadas de doble sentido de su primo. Sin pronunciar palabra, se levantó del sillón. Antes de dar la vuelta, se detuvo un momento y dijo.

—Solo te pido que no te encariñes demasiado, recuerda que—… la mirada gélida y amenazante de Iker le hizo guardar silencio—. Está bien, me retiraré ahora mismo. No olvides tomar la medicina que te prescribí —las espesas pestañas de Iker bajaron lentamente, cerrando sus ojos en un gesto que denotaba que la conversación había terminado.

Una vez que Eren Lanús se retiró del despacho, Iker se giró en su asiento de cuero, levantó la pierna derecha dejándola doblada sobre la izquierda. Centró su penetrante mirada hacia el exterior a través de los ventanales que iban del suelo al techo, contemplando el cielo azulado que, en ese peculiar día de se mostraba completamente despejado.

Tras soltar un profundo suspiro se levantó. Llamó al mayordomo para que procediera a abrirle la puerta donde se encontraba recluida Emilia Cásper, aquella mujer que había perseguido en sus sueños durante incontables noches.

En el momento en que el sonido de las llaves resonó contra la cerradura de seguridad, la joven que permanecía sentada en la cama se tensó, como una gacela que presiente la proximidad del león.

Aquellos ojos verdes, brillantes como esmeraldas, se abrieron mientras esperaba con temor y fascinación a que la persona del otro lado de la puerta ingresara a la habitación.

—¡Gracias! —tras escuchar esa voz, la saliva en su garganta descendió pesadamente, mientras un escalofrío recorría su espina dorsal.

Iker introdujo sus manos en los bolsillos de su pantalón y caminó con paso lento, manteniendo su mirada penetrante centrada en el suelo. Cuando atravesó el pequeño pasillo que impedía la vista directa de la cama desde la entrada, levantó su rostro y fijó sus ojos oscuros en ella.

La visión lo dejó sin aliento -era verdaderamente sobrecogedor contemplar en carne y hueso a la mujer que había protagonizado cada uno de sus sueños durante los últimos años-. La había soñado tantas veces y con tal viveza que incluso había ordenado la creación de un enorme retrato al óleo, aunque ahora podía confirmar que ninguna pintura podría jamás capturar la verdadera belleza que emanaba de su presencia.

—¿Sabes quién soy? —asintió, mientras los recuerdos inundaban su mente.

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