Hace un par de años, las noticias internacionales y locales se llenaron con fotografías de ese hermoso rostro que ahora tenía frente a ella. Verlo tras esa pantalla de cristal provocó una oleada de sentimientos intensos y desconcertantes jamás antes experimentados.
Durante meses, incluso llegó a soñarlo con una viveza extraordinaria, y cada sueño recurrente la hacía sentir más perturbada e insana, pues estaba comprometida desde su nacimiento y no debía fijar sus ojos ni permitirse sentir nada por otro hombre que no fuera su prometido, aquel con quien había crecido. —¿Me has soñado? —las mejillas de Emilia se sonrojaron, mientras bajaba la mirada avergonzada, dejándola clavada en el suelo. No comprendía cómo ese hombre le preguntaba cosas tan íntimas que habían sucedido en la privacidad de sus pensamientos nocturnos. ¿Por qué le preguntaba si lo había soñado? ¿Acaso sabía, de alguna manera misteriosa, que desde hace tres años lo tenía presente en sus sueños? O quizás era una simple casualidad del destino que jugaba con sus emociones. Estaba tan absorta en el torbellino de sus pensamientos que ni cuenta se dio cuando aquel alto y elegante hombre, de rostro glamuroso y encantador como el de un ángel renacentista, se acercó a ella. Solo sintió los dedos largos de aquel desconocido, intruso de sus sueños más íntimos, enganchándose suavemente en su mentón y elevándole el rostro con una delicadeza. La mirada oscura y profunda como la noche se conectó con la verdosa cual esmeralda, aquellas perlas brillantes reflejaban su rostro. Un choque de electricidad sacudió sus corazones mientras mantenían la mirada conectada. Era una oleada de sentimientos abrumadores que no sabía de qué parte del universo o como habían surgido. Iker bajó la mirada hacia aquellos labios rosados que deseaba probar desde hace tanto tiempo, quería descubrir si sabían tan dulces como en sus sueños. Estaba por acercarse cuando ella musitó con voz temblorosa. —Señor Lanús —el corazón de Emilia palpitaba desbocado, retumbaba con tanta fuerza contra sus costillas que parecía querer salir de su órbita. — ¿Por qué me secuestró? —quiso romper la tensión, esperaba que después de esa pregunta directa, Iker se alejara, sin embargo, él solo hizo un leve movimiento del rostro y continuó mirándola fijamente, manteniéndola hipnotizada bajo el peso de su mirada. —¿Por qué? Porque eres mía —Emilia quiso retirarse bruscamente ante tal declaración, no obstante, sus pies temblorosos se enredaron con la alfombra y estuvo a punto de caer. Con una rapidez, Iker la sostuvo. Desde la cintura la agarró y ajustó a su cuerpo. El calor que emanaba envió una corriente eléctrica por toda su piel sensible, recorriendo cada centímetro de su ser. ¿Qué extraño poder tenía esta mujer sobre él? ¿Por qué esta desconocida le producía aquellas tensiones inexplicables? ¿Por qué le resultaba imposible alejarse de su presencia? Estaba completamente cautivado por ella. —¿Suya? —musitó con los labios temblorosos— No... no soy suya... yo soy... de Kaan —la mandíbula cincelada de Iker palpitó, su entrecejo se frunció con disgusto, aquellos ojos se oscurecieron aún más, lanzando destellos de fuego en la mirada penetrante—. Es con él con quién estoy comprometida desde que nací, por decisión de nuestras familias. Es con él, con quién me casaré. Iker humedeció sus labios con gesto pensativo, su mano libre la subió con delicadeza y con el pulgar acarició el labio inferior de Emilia, subió la mirada intensa y expuso con voz profunda. —Tú, eres mía por designio del destino. Te convertirás en mi esposa, y no en la esposa de ese perdedor —la soltó con suavidad, dejándola caer sobre la cama. El cuerpo esbelto de Emilia se tensó cuando lo vio acercarse y asentar las manos sobre el colchón de plumas. —Eres mía, en esta vida y en la otra, serás mi mujer —aseguró. Seguido bajó la mirada al pecho de Emilia, al notar la cicatriz en el centro, inconscientemente llevó su mano derecha hacia ella, antes de tocarla, ella le detuvo la mano con firmeza. Sin pronunciar palabra alguna, Iker se alejó, dio media vuelta y se marchó. Al llegar a la sala, su fiel mayordomo lo detuvo. —Joven maestro. —Solo dime Iker —soltó al tiempo que vertía licor en la copa de cristal. —No puede tomar alcohol, está siguiendo un tratamiento —Iker movió la mano en el aire en señal de que le importaba poco la medicina prescrita. —¿Qué ibas a decirme? —A fuera está la familia de la señorita Cásper. El joven maestro de los Cásper solicita verlo. —Osado Adem —sonrió con ironía y bebió un sorbo—. Veremos qué pretende. Dando pisadas firmes y resonantes sobre el mármol, Iker salió de la villa, dirigiéndose hasta la entrada principal— ¡Adem! —verbalizó con mofa en su tono. Este se giró rápidamente y lo fulminó con una mirada. —Entrégame a mi hermana, Lanús. No voy a permitir que lleves a Emilia por el mismo destino trágico y oscuro que... —las palabras de Adem se interrumpieron. Iker, con una velocidad sobrenatural y una fuerza descomunal, le agarró del cuello de la camisa y lo sacudió contra la pared de piedra. —¡No te atrevas a nombrarla! —rugió con una voz que hizo volar las aves de los árboles, mientras Adem lo miraba con desprecio—. Emilia será mi esposa, está escrito en las estrellas y ni tú ni tu familia podrán evitarlo. —¡No! ¡Jamás permitiré que la arrastres a tu mundo de oscuridad y destrucción! —exclamó Adem, mientras sus ojos destellaban rabia y temor por el destino de su hermana. —¡Si! —proclamó Iker al empujarlo con tal fuerza que Adem trastabilló varios pasos hacia atrás— Ve y dile a tu honorable padre que lo espero esta noche en mi residencia, pediré formalmente la mano de Emilia siguiendo las tradiciones, y nos casaremos mañana al amanecer, cuando las primeras luces del sol toquen la tierra —dicho eso se dio la vuelta con elegancia. —¡Estás maldito por los antiguos dioses, Iker Lanús. No puedes convertir a mi hermana en tu esposa, no después de lo que le sucedió a esa mujer! ¡Ella no lo permitirá! —las palabras de Adem resonaron en el aire.