Las servidoras del Rey tocaron a su puerta con la finalidad de indicarles en dónde podían lavarse. Incluso les llevaron ropa limpia y adecuada.
La bebé aferraba sus manos a la ropa de su madre.
—Vamos —le dijo a Noah. De seguro, para los servidores y para el mismo Rey era una ofensa estar en su presencia con la apariencia de lobos nómadas.
…
La pesada puerta de roble cedió con un crujido. Un aire cálido y húmedo, cargado con el olor a tierra mojada y pino, les dio la bienvenida. El contraste con los gélidos pasillos del castillo ofreció un alivio instantáneo.
La habitación era sencilla: una gran pila de piedra llena de agua y, en un rincón, un montón de piedras volcánicas sobre una base de hierro que despedían un calor intenso.
Noah cerró la puerta con un suspiro. Leah, con la bebé inquieta en brazos, se acercó al calor. Pero el cambio brusco de temperatura alteró a la pequeña, que comenzó a llorar con fuerza.
—Shhh, ya —murmuró Leah. En sus brazos, la meció sin éxito.
—Déjame