El amanecer llegó cubierto de neblina.
Desde los acantilados, la Fortaleza de la Roja se alzaba como un coloso dormido, su silueta recortada contra el mar gris. La guerra parecía lejana, pero en los pasillos de piedra aún quedaban ecos de pasos, gritos, y promesas que no se habían cumplido.
Dante no había dormido.
La pantalla frente a él mostraba la imagen ampliada del dron interceptado: un modelo militar de la serie SR-9X, imposible de conseguir en el mercado negro.
Su procedencia, confirmada por los analistas, era innegable: Shuraya Industries, una empresa fachada de la Red Oriental, uno de los consorcios criminales más antiguos del continente asiático.
Mikhail entró en la sala de control sin anunciarse. Llevaba la chaqueta abierta, las mangas arremangadas y una expresión que mezclaba furia y cansancio.
—¿Alguna novedad? —preguntó con voz ronca.
Dante no apartó la vista de la pantalla.
—El dron transmitió durante exactamente ocho minutos antes de caer. Y lo peor: alguien lo guió man