La nieve caía como ceniza.
Moscú dormía bajo una capa de silencio metálico, interrumpido solo por el zumbido lejano de los drones patrullando el cielo.
En las calles, las luces parpadeaban entre el humo y la bruma del invierno.
Desde el techo de un edificio abandonado, Dante observaba la ciudad a través de los binoculares térmicos.
El aire helado cortaba la piel, pero su respiración se mantenía controlada, medida.
A su lado, Mikhail ajustaba el comunicador.
—Tenemos treinta minutos antes de que cambien el patrón de vigilancia —murmuró—. La ventana será estrecha.
—Suficiente. —respondió Dante sin apartar la vista—. ¿Serena está segura?
Mikhail lo miró de reojo.
—Sí. Ekaterina la mantiene en el canal de apoyo remoto. Pero sabes cómo es… no le gusta quedarse quieta.
Dante sonrió apenas.
—Por eso la amo.
El equipo Umbra estaba dividido en tres grupos:
Equipo Alfa, liderado por Dante y Mikhail, encargado de infiltrarse en los túneles.
Equipo Beta, con Sergey, Amara e Iván, encargado de sab