El amanecer se filtraba tímido por las rendijas metálicas del búnker, un resplandor débil que anunciaba un nuevo día. Serena abrió los ojos lentamente, y lo primero que sintió fue el calor de un cuerpo junto al suyo. Parpadeó varias veces, aturdida, hasta que la realidad cayó sobre ella como una ola: estaba recostada contra el pecho de Dante, envuelta en sus brazos.
Un rubor intenso le subió a las mejillas al recordar cada instante de la noche anterior. Sus labios, su piel, el fuego y la ternura entrelazados en un mismo momento. Fue real, demasiado real.
Dante también despertó, su respiración más profunda cambió de ritmo, y al abrir los ojos la encontró a centímetros de distancia. No habló de inmediato, solo la observó como si no pudiera creer que realmente estaba allí, tan cerca.
—Buenos días —murmuró, con la voz aún ronca del sueño.
Serena sonrió con timidez, apartando la mirada para no sentirse atrapada en esos ojos oscuros que parecían desnudarla más que sus manos la noche anterio