El pasillo estaba sumido en una penumbra irregular, como si las luces parpadearan solo para anunciar que algo estaba terriblemente mal. Serena, aún débil, apenas podía sostenerse sentada. El monitor a su lado emitía un pitido acelerado, reflejo perfecto del terror que le subió por la columna al ver a la figura avanzar lentamente.
No era grande.
No era alta.
Pero el aura que la rodeaba era tan fría que el aire de la habitación se volvió irrespirable.
—¿Quién… quién eres? —preguntó Serena, forzando una voz que apenas logró salir.
La figura inclinó la cabeza, como un depredador curioso antes de morder.
—¿De verdad no me recuerdas? —susurró con una voz aterciopelada y rota, como si cada palabra estuviera compuesta de astillas.
La luz tembló y por un instante le iluminó el rostro.
Serena sintió un espasmo en el pecho.
Era imposible.
Absolutamente imposible.
—Tú… no… —murmuró.
La figura sonrió, ladeando los labios en un gesto que no contenía un solo gramo de humanidad.
—Sí.
Aquí estoy, Sere