La alarma continuaba resonando por todo el búnker, un eco metálico que parecía rebotar dentro del cráneo de cada persona atrapada allí dentro. La luz roja parpadeante era el único indicio visual de que el sistema todavía respiraba… porque todo lo demás parecía muerto.
Dante cargaba a Serena con un brazo, mientras con el otro sostenía su pistola, el dedo firme sobre el gatillo. Caterina avanzaba delante con la linterna táctica, apuntando en todas direcciones como si cada sombra fuese un arma, una presencia o un cadáver recién animado.
El aire se volvió espeso.
Pesado.
Helado.
Como si algo estuviera absorbiendo cada partícula de calor del entorno.
Serena respiraba rápido, intentando controlar el pánico que amenazaba con desbordarse.
—Dante… ese hombre… no puede estar vivo.
—No lo está —respondió Dante sin detenerse—. No del todo.
—Entonces, ¿qué es?
Dante apretó más fuerte su agarre.
—Algo que jamás debió volver.
Cuando giraron por el corredor central, Caterina frenó en seco.
—Dante… mi