SERENA
Sus ojos, un azul tan frío como el invierno ruso, me clavaron en el sitio. No sentí miedo, sino una oleada de cansancio. He visto ese tipo de mirada antes, en los ojos de mi tío, en las de los hombres que él quería que me "conocieran". Es la mirada de alguien que cree que el mundo es suyo para tomar, que la vida de los demás es un juego en el que ellos siempre ganan. Pero yo no era un juguete. Yo era una superviviente que había sido entrenada para no ser la presa de nadie. El dolor que él sentía debía ser insoportable, pero su voz, a pesar de ser un gruñido áspero, tenía la autoridad de un rey. —¿Quién eres tú, y por qué no me has dejado morir? —demandó, su voz impregnada de una arrogancia que me hizo querer reírme. Me quedé en silencio por un momento, observando su rostro y las heridas. El kit de primeros auxilios en mis manos se sentía pesado, pero no lo solté. El olor a pino y tierra mojada se mezclaba con el de su sangre y un perfume masculino muy caro. Una combinación extraña, como él. —La pregunta correcta sería, ¿por qué no te he matado? —respondí, mi voz monótona, casi aburrida. El sarcasmo era mi escudo, una herramienta que me había mantenido cuerda durante años. Me acerqué un paso más, mis ojos fijos en los suyos—. Porque si fuera por mí, te habría dejado para que los buitres se hicieran un festín. Sin embargo, no sé por qué, pero por alguna razón no lo he hecho. El aire se sintió más pesado. Su mirada se endureció, y pude ver la rabia acumulándose en sus ojos. Él estaba acostumbrado a que las personas se arrodillaran ante él, no a que le respondieran con un descaro tan frío. A pesar de su estado, la furia que irradiaba era casi palpable. Me encogí de hombros, como si el destino de un mafioso moribundo fuera una molestia menor en mi noche. —Mira, no tengo todo el tiempo del mundo. Mi casa rodante está averiada, y no tengo ni un minuto para desperdiciar. Así que, para ahorrarte la agonía, tengo una propuesta —continué, mi voz bajando a un susurro lleno de humor negro—. Tienes dos opciones. La primera, te salvo y luego podemos hablar de cómo me vas a compensar por mis servicios, lo cual será una suma muy grande de dinero, por cierto. Y la segunda, te doy las gracias por una noche de entretenimiento y me voy. Y te dejo que tu herida se infecte y te pudras aquí. La furia en sus ojos se transformó en algo más, algo que no pude descifrar. Tal vez respeto, tal vez interés. O, tal vez, la simple sorpresa de que alguien se atreviera a hablarle así. —Toma una decisión —dije, elevando mi voz por primera vez. Mi paciencia estaba llegando a su fin—. ¿Quieres que te salve, o quieres morir? Yo no voy a estar aquí para ayudarte. Solté un suspiro, la frustración creciendo en mi interior. —No tengo tiempo para esto.