Dante

El golpe en la cabeza fue lo último que sintió. El olor a cuero caro y gasolina, el sonido de los motores rugiendo en la noche. Eran los rostros de sus propios hombres los que se habían acercado a él, no los de sus enemigos. El rostro de Dimitri, su mano derecha, se había torcido en una sonrisa cruel mientras le susurraba una traición. No fue un ataque de la mafia italiana. Fue un plan. Una trampa bien pensada por alguien en sus filas. Un cuervo que había estado trabajando con la Vongola. Cerró los ojos, el dolor quemando cada fibra de su ser, pero la rabia era un fuego más fuerte que cualquier herida.

Escuchó la voz de Dimitri, la risa de un traidor, y el nombre del líder de la Vongola: Marco. Era un juego de poder, una guerra que se jugaba en las sombras. Lo habían secuestrado, lo habían llevado a un lugar desolado y lo habían dejado morir. Pero Dante no moría. La Bratva era más que una organización criminal; era un juramento, una hermandad de sangre que se levantaba de las cenizas. Y él era su líder.

donde estan mis hombres de confianza que hicieron con ellos eran mis pensamientos

maldita sea voy a morir aquí

El dolor era una niebla que se adhería a cada hueso roto, cada corte profundo. El sabor a sangre en su boca, el óxido metálico, un recordatorio constante de su fracaso. Se perdió en la oscuridad, luchando contra la muerte que se arrastraba, cada aliento una batalla. Hasta que sintió una presencia. El olor a pino y tierra mojada, sí, pero también algo más. Un olor dulce, a flores silvestres, que no encajaba en ese lugar. Abrió los ojos con dificultad, el mundo borroso y rojo. Lo primero que vio fue un rostro. Un rostro que parecía salido de un cuento de hadas. Cabello rojo natural, como las llamas del infierno, cayendo alrededor de unos ojos que eran del color de un jade precioso. Una piel pálida y suave, sin imperfecciones, y unos labios que parecían un pecado. El cuerpo, a pesar de estar cubierto por ropa de viaje, tenía curvas que prometían un placer prohibido. Era un ángel, un ser de luz en su oscuridad. Pero un ángel que no sabía el peligro que estaba liberando.

La miró con una intensidad fría, la misma que usaba con sus enemigos. La vio sacar su kit de primeros auxilios y, por un momento, se quedó sin aliento. Un ángel con manos de cirujano. No tenía miedo, solo una curiosidad insana y una ferocidad que lo hizo querer poseerla. Su voz, que había sido silenciosa durante horas, salió como un ronco susurro.

"¿Quién eres tú, y por qué no me has dejado morir?"

No podía matarla. No podía dejarla ir. Su vida era una moneda que ahora le pertenecía. Y él, Dante, el líder de la mafia rusa, sabía que su venganza se haría esperar. Porque ahora tenía algo más importante: la obsesión.