El aire estaba cargado de pólvora y venganza. Dante había desplegado el plano del almacén sobre la mesa metálica del búnker, con todos los hombres reunidos alrededor. La voz grave de Mikko rompió el silencio:
—Las cámaras están activas, pero con el pulso eléctrico que preparamos, quedarán ciegas unos segundos. Eso nos da tiempo para entrar.
—No necesitamos más —contestó Dante con frialdad, sus ojos clavados en el mapa—. Entramos, tomamos lo que necesitamos, dejamos un mensaje. Nadie juega con lo que me pertenece.
Serena observaba desde un costado, los brazos cruzados. Esa mirada suya tenía una mezcla de orgullo y furia contenida. Sabía que cada golpe a Salvatore no era solo venganza, era también una declaración de guerra.
El convoy de vehículos salió en silencio, atravesando la noche como sombras armadas. Al llegar al almacén, el plan se ejecutó con precisión quirúrgica: Iván cortó la electricidad con una descarga que apagó hasta las farolas cercanas, y Mikko lanzó la primera granada