Stefano bajó del coche negro con pasos firmes. El aire salino de la costa le golpeó el rostro mientras levantaba la vista hacia la imponente mansión que se alzaba frente a él. Aun deteriorada por el tiempo, con muros cubiertos de musgo y ventanales polvorientos, se veía majestuosa. “Esto no es una casa —pensó—. Esto es un bastión esperando despertar.”
La compra se había concretado con discreción absoluta. Nadie debía saber que detrás de la transacción estaba Dante, y mucho menos Serena. Stefano había usado un intermediario de confianza, alguien sin relación alguna con el mundo de la mafia, un rostro invisible para los negocios turbios.
Ahora, con las llaves pesadas de hierro en su mano, empujó las puertas de madera y escuchó el eco de sus pasos retumbar en el salón principal. Techos altos, paredes gruesas de piedra, un espacio amplio que podría convertirse en un centro de mando.
Sacó su teléfono y llamó al primero de sus contactos.
—Entren ya. Quiero los planos completos antes de que