Iván y Mikko se bajaron de la caravana, sus miradas recorrieron el lugar con desorientación. No había un solo rastro de civilización, solo una montaña imponente que se alzaba ante ellos, con una pared de roca que parecía impenetrable. Mikko, incapaz de contener su frustración, explotó.
—Oye, niña —gritó, con la voz cargada de ira y condescendencia—. ¿Cómo que aquí es seguro? Por si no lo has notado, estamos en medio de la nada. ¿Acaso nos has traído aquí para que nos maten?
Serena, con la mirada de una depredadora, lo miró. No se inmutó. En lugar de responder con furia, se rio, una risa fría y amarga que hizo que la sangre de Mikko se helara.
—Escucha, idiota condescendiente —dijo, su voz era un ronroneo bajo y peligroso que solo Iván, con sus años de experiencia en el mundo criminal, pudo entender—. La próxima vez que me grites, lamentarás lo que te pasará.
Mikko, con el rostro contraído, intentó responder, pero Iván, con una mano en el hombro de su compañero, lo detuvo. La mujer que