La mañana comenzó con un ambiente pesado en las oficinas del Grupo Ferrer. El edificio, impecable como siempre, se llenaba lentamente del bullicio cotidiano de empleados que comenzaban su jornada laboral. Algunos conversaban en voz baja mientras otros caminaban con carpetas en mano, cruzando los pasillos con prisa.
Alejandro Ferrer entró por la puerta principal del edificio, impecablemente vestido, con una expresión seria que contrastaba con su puerta elegante. Saludó brevemente a los empleados que se cruzaban en su camino, sin detenerse ni un segundo.
—Buenos días, señor Ferrer —le dijo una recepcionista al pasar.
—Buenos días —respondió Alejandro con voz firme, sin cambiar el gesto de su rostro.
Ricardo Medina, su amigo y mano derecha, lo observó desde la entrada del ascensor. Al llegar verlo, se adelantó unos pasos con una sonrisa en los labios.
—Buenos días, amigo —saludó con tono amistoso.
Alejandro lo miró de reojo, sin detenerse.
—Buenos días… Justamente pensaba en ti.
Ambos en