La oficina principal de Ferrer se encontraba en total silencio, excepto por el leve sonido de las hojas que Alejandro hojeaba frente a su escritorio. La luz del mediodía entraba por los ventanales y proyectaba sombras suaves sobre los muebles modernos. Vestido con una camisa blanca arremangada y el cabello ligeramente despeinado, Alejandro repasaba los informes financieros con concentración… hasta que escuchó el sonido de la puerta.
— ¿Interrumpo? —preguntó una voz conocida.
Alejandro levantó la mirada y sonriendo al ver a su primo.
—Andrés… claro que no, pasa.
Andrés entró y se dejó caer en uno de los sillones frente al escritorio.
—Solo quería hablar un rato contigo… sobre nuestro abuelo —dijo, con un tono más nostálgico que serio.
Alejandro dejó los documentos a un lado y se reclinó en la silla.
—Nuestro abuelo… aunque ya no esté, sé que debe de estar feliz —dijo, mirando a su primo con una sonrisa sincera—. Nos dejó un legado… pero también una lección. Mira todo lo que hemos logra