El cielo aún conservaba el tono suave del amanecer cuando Camila despertó. Un tenue rayo de luz se filtraba por las cortinas de su habitación, proyectando líneas doradas sobre las sábanas. Todavía envuelta en la calidez del sueño, su mano se estiró para alcanzar el teléfono que vibraba sobre la mesita de noche.
—¿Aló? —contestó con voz somnolienta.
Al otro lado, una voz cálida y alegre la saludó.
—Buenos días, mi amor —dijo Adrien, sentado en su despacho desde muy temprano.
Camila esbozó una sonrisa y se incorporó lentamente en la cama.
—Buenos días, Adrien —respondió, aún medio dormida.
—¿Te gustó el restaurante?
—Sí, claro que sí —dijo con entusiasmo—. Y gracias por el nombre que le pusiste. Sabía que me iba a gustar.
Adrien sonrió desde su escritorio, imaginándola con el rostro adormilado y la voz suave. Aquel nombre, “Los Sueños de Camila”, no era solo un homenaje: era una promesa.
—Sabía que ese nombre tenía que ser tuyo —respondió él, con un orgullo tranquilo en la voz.
Camila s