El sol apenas comenzaba a asomarse por las ventanas cuando Alejandro Ferrer abrió los ojos lentamente. Estaba en la habitación de Irma, recostado a su lado después de haber pasado la noche juntos. El ambiente era silencioso y la luz tenue filtrada por las cortinas dibujaba sombras suaves sobre las sábanas revueltas. Con cuidado, sin hacer ruido, se incorporó para no despertarla. La observó unos segundos; dormía tranquila, con una leve sonrisa en los labios. No sabía si era por la velada que habían compartido o por algo más, pero a Alejandro no le interesaba descubrirlo.
Se levantó, recogió su ropa del respaldo de una silla y salió sin mirar atrás. Caminó hasta su habitación, cerrando la puerta con suavidad. Entró al baño y abrió la regadera. El agua caliente cayó con fuerza sobre su espalda, y mientras el vapor llenaba el espacio, sus pensamientos se dirigieron a una imagen que lo perseguía desde hace días: una foto de Camila.
“¿Dónde te tomaste esa foto, Camila?”, murmuró, dejando qu