Capítulo 4
Las palabras de Diego me atravesaron como una puñalada.

Hace un año, cuando vino a la frontera, me juró que sería solo por unos días, una semana a lo mucho.

Pero los días se volvieron semanas, las semanas meses... hasta que pasó un año entero y él nunca volvió.

Mientras tanto, yo, como su Luna, llevaba sola el peso de la manada. Tenía que sostener a los ancianos, calmar su inquietud por la ausencia del Alfa... y aun así siempre creí que regresaría.

Ahora ya no estoy tan segura.

¿Por qué le gusta tanto quedarse en la frontera? ¿Será porque allí está Paula?

Antes me desgastaba rogándole que se quedara, peleaba con él, le preparaba sorpresas... hacía de todo para que me eligiera.

Hoy ya ni ganas tengo de retenerlo.

Aparté despacio mi mano y le susurré:

—La frontera es dura y fría. Cuídate.

Lo vi desconcertado. No esperaba que yo reaccionara con tanta calma. En su rostro asomó algo... ¿culpa, arrepentimiento? No lo sé.

Al final me abrazó y murmuró al oído:

—Los ataques son cada vez más fuertes. Tengo que quedarme a luchar. Tú lo entiendes, ¿verdad?

Asentí, incluso esbocé una sonrisa forzada:

—Sí. Como Alfa, es tu deber quedarte.

Pareció a punto de decir algo más, pero no quise escucharlo. Me giré, le di la espalda y cerré los ojos.

La noche se me hizo eterna... hasta que vibró el celular en la mesa.

No necesité mirar la pantalla: sabía de sobra que era Paula.

Él reaccionó de inmediato, leyó el mensaje y dijo sin pensarlo:

—Paula está asustada. Aquella noche la atacaron los lobos errantes y desde entonces le teme a las tormentas. Voy a verla.

Y, como si buscara tranquilizarme, añadió:

—Vuelvo enseguida.

Fingí dormir. El silencio fue mi respuesta.

Y en el fondo, sabía que no lo esperaría.

Al día siguiente recibí un mensaje de Paula. Solo tenía una ubicación: el Templo de la Diosa de la Luna.

Sabía que podía ser una trampa, pero aun así fui. ¿Y si de verdad había algo importante? No podía ignorarlo.

Cuando llegué, sentí que el mundo se me derrumbaba.

El altar estaba cubierto de lirios blancos y telas finas, brillando como en un sueño.

Y allí estaba Diego, en el centro, con su traje de novio. El cabello arreglado al detalle, el rostro contraído, los labios apretados.

A su lado, Paula con un vestido blanco largo, sonriendo entre tierna y coqueta.

Los hombre-lobos corrían alrededor, ajustando detalles. Todo listo para una gran ceremonia.

Ese día era nuestro quinto aniversario.

Y Diego lo había preparado... para otra mujer.

Por eso quería quedarse más tiempo aquí.

Mi loba aulló desgarrado, el dolor me partió por dentro hasta casi dejarme sin aire.

No podía quedarme ni un segundo más. Me di la vuelta y salí tambaleando, con el pecho roto.

En la entrada, compré el primer vuelo disponible.

Al volver a la casa, en silencio me quité el anillo del dedo.

Ese anillo, el que él me puso cuando aceptamos ser compañeros, era más que un símbolo: llevaba todas mis esperanzas.

Lo dejé sobre una nota, en el lugar más visible de la casa:

"Diego, me voy. A partir de hoy ya no queda nada entre nosotros. No volveremos a vernos."

Con la mochila a la espalda, cerré la puerta sin mirar atrás.

Ya en la sala de embarque, grabé un mensaje en el antiguo lenguaje:

—Alfa, cuando oigas esto yo ya estaré en camino, buscando a una bruja que rompa este vínculo. Sé que no eres feliz conmigo. Sé que lo que deseas es a Paula. Yo lo intenté todo, pero nunca me quisiste.

—Te dejo libre. Ya no estás atado a mí.

Apagué el celular y me hundí en el asiento. El cansancio me arrastró hasta dormirme.

Mientras tanto, en el templo, Diego observaba la ceremonia preparada.

Desde hacía cinco años sabía que le debía a Fiona la ceremonia de apareamiento, y también sabía cuánto había sufrido ella por su rechazo.

Por eso, en su quinto aniversario, planeó darle la ceremonia que merecía, delante de toda la manada, para que nadie dudara de que era su Luna.

Incluso había pensado, esa noche, en marcarla por fin.

Miró a los lobos más cercanos y dijo con firmeza:

—Todo está listo. Vayan a traer a la Luna.

El hombre enviado volvió enseguida, pálido, con un anillo y una nota en las manos. Su voz temblaba:

—¡Alfa! La Luna... se ha ido.
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